Jesús tomo el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, el mismo esquema reproduce hoy la Iglesia. La liturgia eucarística comienza con la presentación de las ofrendas acompañada del canto procesional. El Catecismo de la Iglesia Católica observa que desde el principio los cristianos presentan también en este momento dones y dinero para compartirlos con los que tienen necesidad, inspirándose en el ejemplo de Cristo que se hizo pobre para enriquecernos. Sobre estos dones pronunciará el presbítero, en el momento de la gran plegaria eucarística, las palabras de Cristo: «Esto es mi Cuerpo, este es el cáliz de mi Sangre»: así se produce la unión del único sacrificio de Cristo presente en el sacramento y el sacrificio de la Iglesia. Con Él ella se ofrece enteramente en sus miembros. La Plegaria eucarística es el punto central y el momento culminante de toda la celebración. El sentido de esta plegaria es que toda la asamblea se una con Cristo en el reconocimiento de las grandezas del Padre y en la ofrenda del sacrificio. Un autor contemporáneo advierte que a veces nos cuesta bastante descubrir la importancia de este gran momento, quizá porque consideramos que nuestra participación exterior es demasiado limitada; este es un momento en el que de lo que se trata sobre todo es de escuchar y de orar (sin olvidar el Santo, las aclamaciones, el gran Amén final); por otra parte este es el verdadero momento (no al final de la misa) de acción de gracias por todo lo que el Señor ha hecho por nosotros. Tras la gran oración eucarística, que transforma el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, los fieles vuelven al altar en procesión y cantando el canto procesional de comunión para recoger las ofrendas “eucaristizadas,” el Pan de vida y el Cáliz de salvación, el Cuerpo y la Sangre de Cristo que se entregó «para la vida del mundo». Mis amigas Teresa y Reyes habrán aprendido en la catequesis que la comunión bajo las dos especies del Pan y del Vino consagrados en esa misma celebración expresa mejor el carácter pascual de la Eucaristía y recuerda lo que Jesús hizo la víspera de su pasión: «Tomó pan… y tomó el cáliz lleno de vino.» El fruto de la Eucaristía es la unión con Cristo y la unidad del Cuerpo místico, que es la Iglesia. Los ritos preparatorios de la comunión nos disponen a obtenerlo: el Padre nuestro, la Paz y la fracción del pan.
Luis Fernando Álvarez
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