La situación no cabe duda que es preocupante. Las necesidades de inversión social en la “recuperación” o en la “reeducación” de los jóvenes crece. Ahí están para corroborarlo el aumento de la violencia y el incremento del consumo de estupefacientes, la banalización de la sexualidad y otros valores, el absentismo político de los jóvenes, el abandono y alejamiento por su parte de la Iglesia, el desprestigio social de los educadores, la falta de sentido de la vida en jóvenes y adultos, etc. ¿Las culpas? La falta de inversiones en educación, la falta de colaboración entre la escuela y la familia, los continuos cambios de sistemas educativos, una Iglesia que, a veces, parece que está a la defensiva, los conservadurismos o las progresismos pedagógicos y, desde nuestro punto de vista, la falta de inversión en prevención –la gran intuición de don Bosco-. Por eso, nuestra apuesta pasa con él, por una educación preventiva con identidad definida y calidad comprobada, que aporta toda la originalidad del carisma salesiano como respuesta a las cuestiones nuevas que nos plantean la sociedad y, en particular, nuestros jóvenes. Remedando a Juan Pablo II, nuestra apuesta pasa por su “sé lo que eres” y su “rema mar adentro” a pesar de las voces de sirena que nos llegan o del oleaje que nos sacude con fuerza. Y es que la experiencia del Oratorio de don Bosco en Turín -y de María Mazzarello en Mórense- sigue siendo actual, porque en su tiempo se atrevió a “creer” y a “remar” hacia el futuro.
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