Al trazar Jesús los rasgos de los ciudadanos de su Reino no titubea en exigir con claridad y precisión: “Si uno pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás no es digno de mí”.Un cambio radical Cuando Mamá Margarita y su hijo Juan salieron hacia Turín para vivir en la casa Pinardi, alquilada en Valdocco, el 3 de noviembre de 1846, la santa mujer dejaba cincuenta y ocho años de vida llena de luchas, de alegrías y, sobre todo, de cariño hacia su marido, sus hijos y sus nietos y de pobreza bien administrada. Don Bosco recordaba treinta años más tarde las palabras de su madre al tomar posesión de una casa en la que sólo había dos camas, dos taburetes, dos sillas, un baúl y una mesa: “En casa debía andar de la mañana a la noche de acá para allá y administrar, organizar y ordenar; pero, por lo que veo, aquí estaré más tranquila, porque no hay nada que administrar ni nadie a quien dar órdenes». De la aldea a la capital; de la pobreza a la miseria; del pobre puente de mando de su humilde casa a una miserable nave que empezaba a surcar un mundo inmenso, pero del que ella sólo llegaría a ver un canalillo de agua de riego junto a la casa alquilada; prados, huertas y la mucha humedad que dejaba a su paso el cercano río Dora. Ella creía que iba de “asistenta” de su joven hijo sacerdote. Pero poco a poco fue descubriendo que Dios poblaba aquella casa con hijos desconocidos, venidos de la calle; que había dejado nietos y que encontraba otros hijos que, en vez de decirle ;i>nonna, la llamaban, con casi el mismo cariño, ;i>mamma, como oían que hacía su hijo Juan. Aquel cambio radical no le hizo perder su buen humor y su deseo de trabajar. Al contrario. Ella que había exigido a su hijo que fuese santo porque era sacerdote,supo que se ponía al servicio de una escuela de amor y decidió no mirar atrás para caminar al paso de sus nuevos hijos, algunos de los cuales llegarían a ser pronto santos, mientras que otros renqueaban en los primeros pasos que los llevarían a una vida de honrados ciudadanos y buenos cristianos.Adiós al ajuar Unos días antes habían mandado por delante algunas cosas que ella, sabía que habrían de necesitar en el nuevo hogar. “Había llevado consigo – recordaría don Bosco – un canasto con ropa blanca y otros objetos indispensables. Todo lo transformaría en albas y sabanillas para el altar o lo vendería para cubrir los primeros gastos”. Cuando Juan Bautista Lemoyne, el primer biógrafo de don Bosco, se refiere a este hecho, lo recuerda así: «Aunque la buena mujer estaba despegada de las cosas del mundo, con todo, al desprenderse de aquellos preciosos recuerdos, le costó su amargura. Un día, hablando de ello, le oímos decir: “Cuando vi por última vez aquellos objetos en mis manos y me disponía a venderlos o a deshacerlos, me sentí algo turbada; pero, apenas me di cuenta, dije: – Ea ¿qué mejor suerte podéis tener que la de matar el hambre y vestir pobres niños y la de honrar en la iglesia al esposo celestial? Después de este acto me sentí tan contenta, que si hubiera tenido cien ajuares más, me hubiera privado de ellos sin la menor angustia”. Margarita llegaba, sin saberlo, a una escuela de santidad. Y, sin saberlo, allí y hasta su muerte, como antes en I Becchi, sería modelo y maestra de santos.
Alberto García-Verdugo
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