María es una mujer. Ella, como enseña Pablo VI (Marialis cultus 35), no es modelo por el tipo de vida que llevó y, mucho menos, por el ambiente socio-cultural en el que se desenvolvió. A menudo, María ha sido presentada como una mujer pasiva, relegada al ámbito privado y familiar, sin ninguna función pública. María de Nazaret, sin embargo, fue muy distinta a una mujer pasivamente remisiva o de religiosidad alienante, fue una mujer que no dudó en proclamar que Dios es defensor de los humildes y oprimidos y derriba a los poderosos del mundo. En María se manifiesta que Dios no anula la creatividad de quienes se adhieren a Él. Ella, asociada a Cristo, desarrolla sus capacidades y responsabilidades humanas, hasta llegar a ser la nueva Eva junto al nuevo Adán. María, por su cooperación libre en la nueva Alianza de Cristo, es junto a Él protagonista de la historia.Todas las formas antiguas y modernas de antifeminismo se basan en el dominio del varón sobre la mujer. Le ha correspondido a nuestro tiempo, y sigue siendo tarea para el futuro, tomar mayor conciencia de estas distorsiones y promover prácticas que orienten hacia una valorización de las diferencias entre el hombre y la mujer, para acogerlas, convertirlas en don del uno al otro e inaugurar una nueva era de relaciones de más reciprocidad, más enriquecedoras. La expresión reciprocidad tiene la ventaja de poner de relieve desde el principio la mutua apertura del uno al otro. Es en realidad, la vuelta al plan original de Dios que hace al ser humano hombre y mujer para llevar adelante juntos la historia de salvación.En María vemos cómo el sí de una mujer al plan de Dios decidió sobre el destino de toda la humanidad. Un sí no sólo puntual, sino progresivo hasta más allá de los acontecimientos pascuales, donde la vemos con la comunidad primitiva de Jerusalén reunificando y reconciliando. <span class="Estilo2">Recuperar la «memoria subversiva»</span>El Espíritu de Dios ha realizado grandes obras a través de los hombres y mujeres de todas las épocas. No se trata de contraponer las figuras masculinas y femeninas, sino de sacar a la luz la revelación de Dios en la mujer María, y en la mujeres en general, para mostrar que todos somos necesarios e importantes. Sin María y la dimensión que ella representa, seguiría faltando una mitad de la humanidad, una mitad de nosotros mismos. Tratamos hoy de recuperar la fuerza del Espíritu que obra en la mujeres. Es la recuperación de la «memoria subversiva» capaz de cambiar las cosas y desarrollar una solidaridad universal que abrace a todos y, especialmente, a los más desfavorecidos. La presentación bíblica de María está en la línea que la sitúa entre las mujeres de Israel, gracias a las que el plan de Dios pudo seguir adelante. Las narraciones sobre Tamar, las parteras de Egipto, Miriam, Débora, Rut, Judit, etc, nos hacen redescubrir en la trama de la historia pasada, la dimensión colectiva de las acciones humanas, particularmente de las mujeres. El reconocimiento de María, imagen del pueblo fiel, morada de Dios, es la expresión máxima del misterio de la encarnación. Dios nace de una mujer, y esto, significa un salto cualitativo extraordinario en la conciencia histórica de la relación de la humanidad con Dios.La comunidad cristiana primitiva asoció siempre la misión de Jesús a la de María. Por eso, Lucas puso en boca de María el Magnificat (Lucas 1,46-56), canto de victoria de Dios sobre los poderosos, de liberación de los pobres; y en labios de Jesús, el discurso-programa de liberación de la sinagoga de Nazaret (Lucas 4,16-21), sacado especialmente del profeta Isaías. Ambos discursos tienen el mismo fundamento teológico: hablan de Dios que libera, de la presencia de su Espíritu en la mujer y en el hombre. Espíritu capaz de modificar las relaciones humanas, cambiándolas según la voluntad del Altísimo.
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