Un domingo de 1854, mientras Don Bosco predicaba en la iglesia de San Francisco de Sales, entró un señor desconocido. Se le presentó al final como Urbano Rattazzi, ministro del Interior. Tuvieron un conversación larga y densa. En ella Don Bosco le habló de sus muchachos y del camino que mostraba a los que visitaba y atendía en el correccional de La Generala: la expresión que tantas veces repetía en sus circulares a los cooperadores para que le ayudasen a tender una mano amiga a los muchachos que se encontraban al borde del delito la resumía así en su conversación con Rattazzi: “Decirles una palabra de amor y de paz”.<Font color=336699>Tender una mano amiga, echar una mano, dar la mano con amor fue el ejercicio constante de la obra de Don Bosco, la síntesis de su servicio educativo, de su pastoral con los jóvenes. Pero dar una mano amiga es mucho más difícil de lo que parece. No para él, como demostraron todos los gestos de su vida. Don Bosco había aprendido que la vida de un sacerdote, de un seguidor de Cristo debe ser como la vida del mismo Cristo: entregada en trozos para salvar al amigo. <Font color=336699>La mano de Don BoscoPero “dar” es ya difícil. Y “dar la mano” de verdad, quedarme sin ella, no digamos. Hay culturas en las que no existe “dar”. En la cultura empapada de sabor cristiano, “dar” va resultando cada vez más extraño, va diluyéndose en una actitud sabiamente razonada de que “ya es bastante que yo no me convierta en peso para la sociedad”. Y sin una mano lo sería. Si la mano que Don Bosco me invita a dar debe ser amiga, aumentan la pendiente y mis argumentos para ahorrármela. Debo admitir que la amistad que cultivo es casi siempre de alguno de estos géneros: el arrimo, el refugio, la complacencia, el mutuo halago, la conquista, la posesión más o menos aterciopelada, la propia defensa, el apoyo a mis debilidades o truhanerías. Dar una mano desinteresada, sin quedarme con otra de recambio, llena de lo que soy, perder por su muñón un poco de mi vida es heroico. Y a eso no llego.No es difícil hacer un esfuerzo por descubrir cómo las vidas de muchas mujeres y muchos hombres en la historia y en el mundo en que nos movemos son vidas en las que hay mucho de mutilado en sus apetencias, en los que creemos justos derechos, en sus mismas necesidades vitales. Si lo hacemos, sentiremos seguramente, porque en lo más hondo de nuestro ser hay fuerza para ellos, la decisión de salir de nuestro estrecho cascarón para crecer según la medida de nuestro Jefe y Maestro.En la Pascua del año siguiente al de la conversación con Urbano Rattazzi, Don Bosco obtuvo, para los muchachos necesitados de una mano amiga, de una palabra de amor y de paz, un regalo excepcional. Les había predicado ejercicios espirituales. Le autorizaron a que, al final, llevase a los 300 muchachos recluidos a pasar un día de campo, abiertas las puertas de la prisión hacia un mundo lleno de espacio, de luz y, sobre todo, de entrega y amor. Fue un hecho-metáfora de toda su vida. En la circular a sus cooperadores en enero de 1879 les decía que el año anterior se habían abierto “22 nuevas casas para muchachos abandonados en Italia, Francia y América del Sur”. Y en otra circular, poco después, se preguntaba lo que sin duda se preguntaban también sus colaboradores y una buena razón para nosotros: “¿No son muchas obras nuevas?”… “Si Dios se complace en hablar de modo tan elocuente y eficaz, ¡no debemos temer!”.
Alberto García-Verdugo
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