Jesús habla de esta familiaridad: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen» (Lc 8,21). Don Bosco fue testigo de este «espíritu de familia» que le hizo vivir una experiencia pastoral en su primer oratorio, que fue casa que acoge, parroquia que evangeliza, escuela que educa para la vida, y patio donde encontrarse como amigos y pasarlo bien. Esta familiaridad nace del descubrirse como hijo y hermano. Don Bosco en la plenitud de sus 68 años, en 1884 escribe en su carta desde Roma un mensaje que es todo un programa hoy: «Familiaridad con los jóvenes, especialmente en el recreo. Sin familiaridad no se demuestra el afecto, y sin esta demostración no puede haber confianza. El que quiere ser amado debe demostrar que ama. Jesucristo se hizo pequeño con los pequeños y cargó con nuestras enfermedades. ¡He aquí el maestro de la familiaridad! El maestro al cual sólo se ve en la cátedra es maestro y nada más; pero, si participa del recreo de los jóvenes, se convierte en un hermano. Si a uno se le ve en el púlpito predicando, se dirá que no hace más que cumplir con su deber, pero, si dice en el recreo una buena palabra, es palabra de quien ama…El que sabe que es amado, ama, y el que es amado lo consigue todo, especialmente de los jóvenes». La Iglesia debería ser plataforma de búsqueda y oferta del sentido de la vida con esperanza y optimismo.
Javier G. Monzón
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