Cuando lleguen estas líneas a sus manos quizá estemos comenzando el Adviento, pero como seguramente hasta entrado enero no volveremos a encontrarnos, permítanme que en mi nombre y en el de todas las personas que hacen posible la labor de Misiones Salesianas comience felicitándoles la Navidad. Cada persona es un mundo -¡toma topicazo!- y cada día es más fácil encontrarse gente que se vanagloria de que no le gusta nada la Navidad. Yo creo que esas personas nunca vivieron la Navidad, y perdóneme querido lector si usted se encuentra entre ellos. La Navidad es Dios hecho hombre, compartiendo con nosotros su amor. La Navidad es Dios hecho uno de nosotros, compartiendo la existencia humana y dándonos fuerza para hacer por los demás lo que Él hizo por nosotros. Dios vino a la tierra para compartir su vida con nosotros, para amarnos, para que desterremos de nuestros corazones aquello que no nos deja ser felices. Hay pocas fiestas que hayan calado tan hondamente en nuestra cultura como la Navidad. Creyentes y no creyentes la celebramos como una fiesta imprescindible a final de año. Hoy en día imbuidos en el ambiente de luz y música los grandes centros comerciales no pierden la oportunidad de convertir esta gran celebración en una ocasión de consumo. Si nos dejamos llevar por la corriente podemos, en pocos años, perder el verdadero sentido de la Navidad. Porque, lo miremos como lo miremos, Navidad es compartir. Yo vuelvo a hablarles de un tema al que he recurrido mucho a lo largo de este año desde el Boletín Salesiano, las escuelas socio-deportivos que Misiones Salesianas y la Fundación Real Madrid están abriendo a lo largo y ancho del mundo. Pero esta vez no me voy a ir lejos, no voy a viajar a África ni les escribiré una postal de Brasil o Argentina, esta vez me voy a quedar en nuestro país vecino, Portugal. Y es que a parte del cariño que yo, personalmente pueda tenerle, puesto que viví en Lisboa, en este último año me ha producido muchas alegrías en lo profesional, alegrías que considero de buena ley compartir con ustedes que me han acompañado siempre en cada uno de mis viajes. Sin irnos muy lejos en el tiempo, el 30 de octubre, tuve la oportunidad de estar en el colegio salesiano de Manique, un pueblo interior cercano a Cascais, en la inauguración de una de estas escuelas. Una escuela para la que, como bien me recuerda mi buen amigo y compañero Juan Ramón, nos ha costado casi dos años encontrar una entidad dispuesta a financiarla. Allí volví a sentir que Navidad puede ser cualquier día del año, que ese espíritu del compartir, de desterrar de nuestros corazones aquellas cosas que nos impiden ser amigos no se circunscribe a esas grandes cenas familiares. En la inauguración de la escuela socio-deportiva de Manique las apariencias no importaban, y los representantes del financiador, Barclays, decidieron dejar las corbatas a un lado para vestirse con pantalón corto y camiseta blanca y dedicar la tarde, con un partido de fútbol como excusa, a compartir su vida y su tiempo con los niños. Aunque ya había escuchado a Beatriz Morilla, Directora Gerente de la Fundación Barclays, decir que ellos querían financiar proyectos donde no sólo puedan colaborar con fondos si no también con el trabajo voluntario de sus empleados, el ver como los directivos del banco decidieron olvidar sus obligaciones y cargos para compartir y contagiarse de la vida de esos niños, me conmovió. Al volver me esperaba en la mesa otro regalo portugués, la memoria de la escuela socio-deportiva de Funchal. Y, para qué voy a mentirles, fue un regalo de Navidad anticipado. Además de los clásicos números y del desarrollo de actividades habían añadido testimonios de los niños y niñas beneficiarios, de sus padres y de los profesores de los colegios públicos frecuentados por ellos. Siempre les he hablado de inauguraciones de estas escuelas, pero a través de tres testimonios intentaré dibujarles la realidad de una de ellas. Una profesora de un colegio público decía que: “Una escuela como la que llevan a cabo los salesianos es muy necesaria en Madeira, los niños necesitan encontrarse en un ambiente saludable y educativo lejos de su entorno habitual, gracias”. La madre de una adolescente comentaba: “He notado grandes cambios en mi hija, en su manera de comportarse conmigo, ha madurado, es más responsable y menos agresiva”. Y por último, y a modo de broma, el de una de las niñas: “Mi sueño es encontrar un buen trabajo para poder tener una gran casa e invitar un día a merendar al padre Álvaro y a los entrenadores de la escuela”. Como les decía al inicio, pienso que la Navidad es compartir y les quiero dar las gracias, por compartir todo este año conmigo, y hacerles partícipes de mi blanca Navidad.
Lorenzo Herrero
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