Dios en el corazón «¿Quién sabe si un día serás sacerdote?» Este fue el comentario de Margarita Bosco cuando Juan, su hijo menor, de nueve años, contó en familia un sueño de lobos y ovejas. Una madre sabe leer en el corazón de sus hijos.Margarita vivía en una continua lectura de la experiencia de Dios. Cuando les decía “Dios te ve”, no afirmaba que los ojos de Dios estuviesen espiando su conducta. Había sentido en su propia vida la caricia bondadosa de la mirada de Dios. A ella la había guiado por caminos de soledad y pobreza para que fuese maestra de vida. ¿Por qué el efecto de los ojos de Dios sobre el alma de aquel hijo no podía ser un haz de luz por el que caminase hacia su entrega como sacerdote? Cuando una madre preside una familia y es reflejo de la bondad de Dios, la familia es un templo en el que se adora a Dios “en espíritu y verdad”. ¿Alienta en muchas familias esa suave brisa de la presencia de Dios?Y en el horizonte Un episodio triste, casi desgarrador, “queda en el olvido” de don Bosco cuando, desde 1871, escribe sus ;i>Memorias del Oratorio de San Francisco de Sales. Un hombre dotado de una memoria extraordinaria, en la que habían quedado grabadas como en el bronce palabras tan fuertes como las de su madre cuando empieza sus estudios de sacerdote, no podía olvidar dos años de destierro del calor de los suyos. El tacto y el respeto a su hermano mayor, a pesar del sufrimiento que le infligía, contaron mucho más que la referencia a un hecho casi heroico para él y su madre. Ésta, con toda la amargura de su corazón herido, le mandó a trabajar fuera de casa. ¡A los doce años! Tanteó Juan inútilmente en noviembre de 1827 en Buttigliera. Pero en febrero del año siguiente, por la presión casi brutal del hermanastro Antonio de que no se conocía a ningún Bosco que se hubiese dedicado a estudiar, fue, por indicación de su madre a la granja Moglia, a unos tres kilómetros de Chieri. Tampoco allí le necesitaban, le dijo el dueño, Luis Moglia. Pero su mujer, Dorotea Filippelli, al verlo llorar y teniendo en cuenta la grandeza de su madre Margarita a quien conocía, logró convencer al marido y se quedó, por quince liras al año, como peón en la granja de la familia Moglia hasta noviembre de 1829. Fueron casi dos años de profunda formación. La soledad, el silencio, el trabajo, la vivencia de una orfandad completa, la humildad de servir, su condición de vaquero a sueldo, la rica monotonía de una vida llena de agradecimiento y de estima, el deseo creciente e impensable de ser sacerdote (“Pero ¿cómo vas a ser sacerdote si no tienes dinero?” – le decía Ana, hermana del dueño, con el sentido práctico de sus dieciocho años), la búsqueda de Dios en la primera misa del domingo en la vecina parroquia de Moncucco, el “oratorio “ con los niños que acudían a la iglesia, la escucha de la Palabra del Dueño de la mies que le hablaba a diario en su mente y con los hechos, supusieron para él una formidable escuela de reflexión y un serio proceso de inmersión en los quereres de Dios.
Alberto García-Verdugo
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