Cuando en nuestras conversaciones utilizamos la palabra milagro, podemos darle dos acepciones. En la primera nos referimos a algo inesperado, pero explicable, que nos ha ocurrido y nos llena de alegría; su segunda acepción es más profunda y tiene que ver con un hecho que, aparentemente, se escapa de toda lógica y al que no encontramos explicación totalmente satisfactoria. El caso que nos ocupa puede tener las dos variantes. Nuestra amiga Teresa sufre un ictus cerebral y, tras un cúmulo de contratiempos desde su inicio y actuaciones médicas que no eran capaces de encontrar una solución al grave problema, queda en estado prácticamente vegetal durante dos años aproximadamente. Excepto un breve paréntesis, que duró apenas unos días en los que recobró la conciencia, se sucedieron larguísimos meses en que no había ningún tipo de respuesta cognitiva. Fue pasando por diversos hospitales y sometida a numerosas intervenciones para no conseguir nada positivo. Los amigos que íbamos a visitarla salíamos con el corazón encogido viendo aquel cuerpo antes lleno de vida y ahora sumido en la más total quietud, con sus ojos fijos, mirando a ninguna parte y sin tener ningún gesto que significara que sabía quiénes estaban allí. Más de una vez sus amistades habían comentado con desesperanza: más vale que Dios se la lleve cuanto antes, pues para estar así… En este cuadro de pesimismo llamaba la atención la actitud de su marido. Día y noche a su lado, cuidándola en todas sus necesidades, haciendo de enfermero, hablándole como si nada hubiera pasado, explicándole lo que le hacía y porqué lo hacía. Hombre profundamente religioso puso en manos de Doña Dorotea el caso de su esposa. A ella encomendó su curación y, sin desfallecer en su dedicación y en sus oraciones, seguía firme en su trabajo y dando ejemplo de optimismo aun en los momentos más oscuros cuando no se vislumbraba ninguna solución. Se sucede una enésima operación para regularle la válvula cerebral y poco tiempo después, sorprendentemente, Teresa comienza a volver en sí. Primero en momentos muy puntuales y aislados; luego empiezan a hacerse más seguidos y frecuentes hasta que hoy en día su nivel de comunicación es prácticamente normal. Ha recuperado sus movimientos de brazos y manos, es autónoma para ingerir alimentos, mantiene ya conversación con sus interlocutores y tan solo le falta la movilidad de sus piernas, casi atrofiadas y con falta de musculatura por el largo período de quietud. El trabajo de los fisioterapeutas y su voluntad conseguirán que vuelva a andar. ¿Un milagro de Doña Dorotea? Su familia y sus amistades creen que su mediación ha podido favorecer el proceso de vuelta a la vida consciente de Teresa y quieren agradecérselo dando a conocer este hecho.
Javier Benés
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