Comienza el mes de diciembre, uno de los meses más cálidos del año, al menos donde yo vivo. Es el mes que más me trae el calor de la familia, los momentos hogareños, las tardes de domingo en casa, cuando se «hace oscuro» mejor recogerse y compartir lectura, conversación… preparar ricas y dulces recetas, hablar de lo que vamos a celebrar el día 24, 25. El día 31 y 1… la noche mágica del 5 de enero… Pero no para todos es así, el tiempo de preparación a la Navidad se ha convertido en una carrera para terminar la evaluación, sacar los exámenes, buscar las fiestas más desmadradas… o en otros casos es el momento de la lucha entre quien se queda con los niños, qué día, ¿el mejor para ellos o el mejor para los adultos? Algunos, con más dificultades, no se paran a pensar en la Navidad, no es posible, justo pueden pensar en cómo terminarán el día y con que el día siguiente amanezca, ya será Navidad. Se me ocurre pensar que quienes tenemos el privilegio de vivir la Navidad con sosiego, paz, con villancicos en familia tenemos una responsabilidad para con el mundo, debemos transmitir desde dónde vivimos esa Paz, ese sosiego, esos días de calor y canciones. No podemos quedarnos para nosotros esta forma de vivirlo, hay una razón profunda desde donde nace esta celebración. Nace de un niño, de una madre, nace de una familia que vivió aquellos días sin saber qué iba a pasar al día siguiente; de una familia cuyo padre confió en su esposa, fue el apoyo que ella necesitaba en este mundo, pensó en el niño que iba a nacer… Para nosotros, los que sentimos «el calor de diciembre» deben ser días de renovar compromisos, porque si lo vivimos en familia y con calor tenemos la obligación de llevar ese calor y esa familia a quien tiene frío, a quien ha perdido o no encuentra hueco en su familia. A través de nuestros hijos, en nuestra relación con los jóvenes y con nuestro apoyo hacia nuestros mayores.
Marian Serrano
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