Ni siquiera en mayo de 1527, cuando los mercenarios leales a Carlos V invadieron la capital de los Estados Pontificios, se había escuchado tanto castellano por las calles de Roma como en el último fin de semana de octubre. No había que ir a la plaza de España, ni pasear por las estrechas calles del Trastévere, ni contemplar las ruinas del Foro, ni subir las escaleras de Miguel Ángel hasta la cima del Capitolio para toparse con grupos de españoles. Unos ataviados con banderas tricolores, otros con fulares con pañoletas al cuello de todo tipo y color… En esta ocasión la lengua de Cervantes se había impuesto con creces a la de Dante.Con esta beatificación se reconocía públicamente el testimonio de unos cristianos que “murieron por su fe en el Dios que se había revelado en Jesucristo y por la libertad de conciencia de llevar la fidelidad a Jesucristo hasta las últimas consecuencias, [que] estuvieron firmes en la confesión del nombre de Cristo y pagaron con su vida el precio de la paz para su conciencia”, según afirmó el cardenal Amigo Vallejo a los más de siete mil peregrinos reunidos en la basílica de san Pablo Extramuros en la víspera del domingo 28 de octubre. Los mártires nos preguntan hoy sobre la valentía de nuestra feEn efecto, en la basílica que acoge los restos del Apóstol de los gentiles comenzaron los actos oficiales de la beatificación. El acto de bienvenida de los peregrinos concentró a casi todo el episcopado español, cuyos miembros eran acogidos calurosamente, conforme iban llegando uno a uno, por la multitud de los congregados. También monseñor Blázquez, obispo de Bilbao y presidente de la Conferencia Episcopal, tenía palabras de aliento para los peregrinos. Conjugando a la par los siglos de historia que nos miraban en ese lugar y los retos que el cristiano del siglo XXI tiene ante sí, animaba a los peregrinos a vivir la fe con coherencia: “En nuestro tiempo estamos llamados a mostrar que para la vida personal, familiar y social no es indiferente creer en Dios que no creer en El. Todo cambia con la luz y la fuerza que emite la fe en nuestro Señor Jesucristo. Los mártires nos preguntan hoy sobre la valentía de nuestra fe. Los hermanos mártires nos estimulan a ser fieles, a confiar en Dios que nunca defrauda y no abandona ni siquiera en la persecución.”El acto de bienvenida en San Pablo tuvo momentos especialmente relevantes: las interpretaciones musicales a cargo de los coros de la Catedral de la Almudena de Madrid y de la Filarmónica Romana, los textos y oraciones, el testimonio leído del joven cooperador salesiano Bartolomé Blanco, martirizado a los 21 años. En una de sus cartas, escrita a sus tías y primos el día antes de su martirio, Bartolomé escribió: "Conozco a todos mis acusadores; día llegará que vosotros también los conozcáis, pero en mi comportamiento habéis de encontrar ejemplo, no por ser mío, sino porque muy cerca de la muerte me siento también muy próximo a Dios Nuestro Señor, y mi comportamiento con respecto a mis acusadores es de misericordia y perdón. Sea ésta mi última voluntad: perdón, perdón y perdón; pero indulgencia que quiero vaya acompañada del deseo de hacerles todo el bien posible. Así pues, os pido que me venguéis con la venganza del cristiano: devolviéndoles mucho bien a quienes han intentado hacerme mal". En la basílica del otro Apóstol, san Pedro, eran las palabras del cardenal Bertone las que cerraban estos días de fiesta. Al final de su homilía el cardenal Secretario de Estado rogaba a Dios porque esta beatificación llegue a suscitar “en España una fuerte llamada a reavivar la fe cristiana y a intensificar la comunión eclesial, pidiendo al Señor que la sangre de estos mártires sea semilla fecunda de numerosas y santas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, así como una constante invitación a las familias, fundadas en el sacramento del Matrimonio, a que sean para sus hijos ejemplo y escuela del verdadero amor y santuario del gran don de la vida”.Esta última celebración tuvo un discreto pero fuerte tono salesiano. Además de ser presidida por el cardenal Bertone, estaban presentes también don Adriano Bregolín, Vicario del Rector Mayor, y don Filiberto Rodríguez, Consejero Regional para Europa Oeste. El diácono David Morales, estudiante de Pedagogía en el UPS, asistió al cardenal y proclamó el Evangelio. Además, el estudiante de Teología Sergio Codera participó en la lectura de la oración universal, y los familiares de uno de los mártires salesianos de la inspectoría de Madrid tomaron parte en la procesión de ofrendas. El mensaje de los mártires es un mensaje de fe y de amor“En virtud de nuestra autoridad apostólica, otorgamos la facultad de que sean venerados como beatos a los que, en España, durante el siglo XX, derramaron su sangre por Cristo. Su fiesta se celebrará el 6 de noviembre. Dado en Roma, junto a San Pedro, en el tercer año de nuestro pontificado”. Con estas palabras, el cardenal Saraiva, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, proclamaba beatos a los casi quinientos mártires de la, bajo un sol de justicia que hacía brillar las centenarias piedras de la plaza de San Pedro e iluminaba los rostros de los peregrinos, por sí solos radiantes de alegría.Porque era alegría lo que se percibía entre los cincuenta mil participantes en la celebración de la beatificación. Más allá de manipulaciones de algunos grupos de opinión, o de lecturas desviadas de algunos que –al parecer– parecían haberse confundido de lugar. Alegría que se desbordó, incontenible, nada más terminar sus palabras el Cardenal, al descubrirse el tapiz que colgaba de la logia de San Pedro, y bajo los sones del Christus vincit.Y como en mensajes anteriores, en esta ocasión también Saraiva quiso enlazar la vida de los mártires con la experiencia actual de los cristianos: “El mensaje de los mártires es un mensaje de fe y de amor. Debemos examinarnos con valentía, y hacer propósitos concretos, para descubrir si esa fe y ese amor se manifiestan heroicamente en nuestra vida. Heroísmo también de la fe y del amor en nuestra actuación como personas insertas en la historia, como levadura que provoca el fermento justo.” Y añadió: “Ser cristianos coherentes nos impone no inhibirnos ante el deber de contribuir al bien común y moldear la sociedad siempre según justicia, defendiendo –en un diálogo informado por la caridad– nuestras convicciones sobre la dignidad de la persona, sobre la vida desde la concepción hasta la muerte natural, sobre la familia fundada en la unión matrimonial una e indisoluble entre un hombre y una mujer, sobre el derecho y deber primario de los padres en lo que se refiere a la educación de los hijos y sobre tantas otras cuestiones que surgen en la experiencia diaria de la sociedad en que vivimos.”Junto a la alegría, la gratitud. Fue el Papa Benedicto XVI quien, minutos después de que concluyera la celebración eucarística, añadía en el rezo del Ángelus -desde la ventana de su estudio- hermosas palabras de acción de gracias “a Dios por el gran don de estos testigos heroicos de la fe”, quienes “con su testimonio iluminan nuestro camino espiritual hacia la santidad, y nos alientan a entregar nuestras vidas como ofrenda de amor a Dios y a los hermanos [y] al mismo tiempo, con sus palabras y gestos de perdón hacia sus perseguidores, nos impulsan a trabajar incansablemente por la misericordia, la reconciliación y la convivencia pacífica”.“Quiero morir como he vivido”, fueron de las últimas palabras que pronunció el beato José Limón antes de ser fusilado, a quienes le pedían que se quitara la sotana y poder librarse así de una muerte casi segura. Palabras que, a la luz del testimonio de los mártires, ojalá pueda pronunciar cada cual, en el día en que “sea examinado de amor”.
Miguel Angel Moreno Nuño
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