El día 8 de este mes de marzo celebramos el Día Internacional de la Mujer. En honor a ellas quiero hacer una reflexión para valorar el papel insustituible de la mujer en la Iglesia, y de un modo especial el de las laicas. En otro número hablaremos de las religiosas.
Si volvemos la vista atrás, a nuestros orígenes como comunidad cristiana, no podemos ocultar que las mujeres han estado “al pie del cañón” desde la primera hora. Como sabemos unas siguen a Jesús de cerca, otras desde cierta distancia y algunas hasta los pies de la cruz. Las mujeres son fundamentales en la formación de las primeras comunidades cristianas, como se puede intuir en algunos textos neotestamentarios.
A lo largo de la historia de la Iglesia han sido muchas las mujeres que con nombres propios o desde el anonimato han vivido su vocación cristiana en plenitud, por eso podemos decir que las mujeres han sido y son un tesoro para la Iglesia.
Son un tesoro tantas madres y abuelas que han educado humana y cristianamente a sus hijos y/o nietos. Incluso podríamos hablar de “madres o abuelas coraje”, por el valor con que han afrontado dolorosas y difíciles situaciones familiares. Son un tesoro por haber sido las primeras catequistas de sus hijos. Pensemos en Mamá Margarita, por poner solo un ejemplo cercano a los miembros de la Familia Salesiana, pero probablemente podría aparecer aquí el nombre de cualquier madre cristiana. Hoy son muchas las que siguen viviendo su compromiso cristiano desde la catequesis y transmitiendo con sencillez la fe. Son un tesoro por haber sido las primeras evangelizadoras de sus hijos. Han transmitido el mensaje de la fe no sólo con las frías palabras de los dogmas, sino con el testimonio de la vida. En muchas ocasiones un mensaje que ha quedado grabado para siempre. Son un tesoro de incalculable valor las numerosas mujeres que regalan su tiempo para acompañar a personas solas o enfermas. Son un tesoro por el tiempo que muchas de ellas dedican a diferentes servicios sociales en las parroquias o en asociaciones benéficas. En el fondo, muchas mujeres han sido un modelo de servicio y de caridad que ha dejado huella en la historia de la humanidad.
Ciertamente la sensibilidad masculina y la femenina son diferentes, pero lejos de exclusivismos de lo que se trata es de integrar y testimoniar con nuestras vidas el “evangelio de la alegría”.
Óscar Bartolomé
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