Son éstas fechas en las que la cultura, por más que sea laica, mira con afecto el acontecimiento del nacimiento de Jesús y lo celebra en nuestra geografía con Belenes, desfiles, representaciones, cánticos y fiestas. El misterio de la Navidad sigue teniendo ese no se qué que nos reconcilia con lo mejor de nosotros mismos. En muchas casas salesianas, siguiendo una tradición muy arraigada en nuestra familia, se representa el nacimiento de Jesús en el escenario. Quiero recordar una anécdota que viví en una representación en la que participé con un grupo de jóvenes. Se había levantado el telón. El público iba riendo las gracias y ocurrencias de los actores que, como cada año, contaban en su espectáculo navideño las aventuras de los dos bondadosos pastores que se dirigen a Belén cuando en la ciudad los jóvenes José y María iban a tener un hijo que años después revolucionaria la Historia. La ternura e inocencia de los pastores contrastaba abiertamente con la maldad que esgrimían los diablos que, tras conciliábulo habido en los infiernos, habían decidido subir a la Tierra para impedir el nacimiento de Jesús. La eterna lucha del bien y del mal, tantas veces llevada al escenario, era interpretada una vez más por un ilusionado grupo de chicos y chicas que, tras meses de ensayo, llevaban a las tablas la tradicional representación. Mientras en escena el arcángel san Gabriel anunciaba a la Virgen la gran noticia de parte de Dios, entre bambalinas más de 50 personas seguían la representación. Junto a los técnicos, se agazapaban los ángeles, demonios, pastorcillos, soldados romanos, y el bueno de San José; todos ellos tenían la mirada puesta en el escenario. Una música iba llenando el ambiente. Los dos pastores protagonistas ya estaban preparados para el posterior cuadro; sin que se utilizara el telón, simplemente con un fundido de luces, la siguiente escena debía darse en unos prados de la cercana Belén. Allí los dos pastores hablarían de las ovejas, de los espléndidos paisajes que se divisaban, del precio de la leche y de la lana, del frío del ambiente invernal…hasta que dos ángeles se les presentaran para acompañarles en el camino. Se hizo el fundido. María y San Gabriel abandonaron en la oscuridad el escenario; entraron los pastores. En medio de aquella penumbra subió el decorado de la estancia de la Anunciación y…se hizo un silencio helado impresionante entre todo el equipo; el decorado que bajaba en la oscuridad no era el de los prado vecinos de Belén. Lenta e inevitablemente bajaba el decorado que representaba…el infierno. Se iluminó la escena y allí aparecieron los pastorcillos. Hablaban ingenuamente de los temas más triviales sobre su trabajo de pastores; y lo hacían en medio del infierno. Tranquilos y sin inmutarse, compartieron el precio de la leche y de la lana, los avatares de la vida pastoril y los sinsabores de la pobreza. Ambos miraban al horizonte y explicaban la hermosura de los prados de Israel, sin importarles nada que se encontraran en el mismísimo averno. Entraron joviales los angelillos a escena. Sonreían, los muy inocentes, celebrando la vida con los humildes pastores. Se encontraban tan contentos en medio de las supuestas llamas del infierno riendo las gracias de los pastores. Concluyó la escena, se fue apagando la luz y se cerró el telón entre el suspiro generalizado de los se encontraban en la tramoya y la casi lipotimia de los pastores y los dos angelitos, que habían pasado un rato fatal después de la equivocación de los técnicos. Lo que pensábamos iba a ser un fracaso, no fue tal. Al final sonreíamos todos. La alegría estaba en los ojos de todos cuantos habían hecho posible el espectáculo. La aventura de los pastorcillos y lo ángeles sonriendo en la fauces del infierno fue celebrada entre risas. Pensé, casi sin darme cuenta, que aquella situación no era más que una parábola de la vida. Y es que los sencillos, los humildes, los que comparten lo que son y ponen la confianza en Dios son personas que no tienen miedo a la Historia. Le dan sabor a la vida mientras regalan ilusión. Son gentes buenas, afables, necesarias. Son capaces de andar por la vida desde la serenidad. Nos enseñan el valor de lo sencillo y lo pequeño, de lo esencialmente humano. No pierden la paz ni en las situaciones más difíciles. Sabrían sonreír en el mismísimo infierno.
Josan Montull
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