Quiero referir un hecho muy singular que tuvo lugar en el mes de julio pasado. Mi amiga se declara agnóstica, por no decir atea, sólo que cuando deja entrever su mundo interior se revela más creyente de lo que piensa. Se educó en las salesianas, pero los avatares ideológicos y políticos posteriores la fueron apartando de sus primitivas convicciones, aunque permanece en ella cierto remanente de religiosidad que sembraron las Hijas de María Auxiliadora. Desde hace tiempo venía manifestando a su marido que tenía gran ilusión en conocer la Basílica de María Auxiliadora de Turín. Y, al fin, este verano, tras muchas dificultades de atrasos de vuelos, de pérdidas de trenes, de alguna indisposición que la retuvo en el hotel un día entero, pudo culminar su deseo. «Íbamos los dos caminando hacia la puerta de la Basílica –me refería–. Nos extrañó que no hubiera nadie en los alrededores, suponía que ante un templo tan trascendental para el mundo salesiano hubiera gente entrando y saliendo. Subimos unas gradas, puse mi mano en el picaporte de la puerta y, nada más abrir, escucho un fuerte y largo aplauso que me llega del interior del templo, lleno de gente. Aquello me dejó sumida en medio de una intensa emoción, como si recibiera la bienvenida o el agradecimiento de la Virgen a mi largo esfuerzo por llegar hasta allí». Supo después que oficiaban una despedida–homenaje a un salesiano, de ahí el aplauso. Pero ella lo consideró un momento excepcional en su vida. ¿Fue una simple casualidad? ¿Un hecho mágico? ¿Un guiño de María Auxiliadora hacia su hija no creyente? Estas y otras preguntas rondan en estos días la cabeza de mi amiga, asombrada hondamente de aquel minuto que removió su conciencia con un aplauso único.
Miguel F. Villegas
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