“¡Felices los pobres en el espíritu!” «Mira, Juan. No tengo nada que decirte sobre tu vocación; síguela como Dios te inspire. No te preocupes por mí. De ti no espero nada. Y ten muy presente esto: nací pobre, he vivido pobre y quiero morir pobre. Aún más, te lo aseguro: si por ventura llegases a ser un cura rico, no iré ni una sola vez a verte». ¿Diría hoy lo mismo Margarita? Probablemente tenía una razón para adoptar esa postura. Y no sería que no le gustaban los ricos. Ni que no supiera qué hacer con el dinero. Conocemos todos a personas que se plantean esa postura y la mantienen. Tal vez viven cerca de nosotros. Piensan que no tiene sentido la riqueza: que el rico asciende inevitablemente a cotas sociales de postizos y apariencia, de distancia y engreimiento, de confianza en lo caduco y estéril. Mientras van descendiendo en la escala de los valores: van sintiendo que el egoísmo mina la razón de su vida, que la tentación de comprar lo que nunca debe comprarse es un derecho, que es más el que más tiene.“¡Todo suyo!” Y añadió: «Cuando viniste al mundo, te consagré a la Santísima Virgen. Cuando comenzaste tus estudios, te recomendé la devoción a esta Madre nuestra. Ahora te recomiendo que seas todo suyo. Ama a los compañeros devotos de María; y si llegas a ser sacerdote, recomienda y propaga siempre la devoción a María». «Al final de estas palabras – añadió don Bosco – mi madre estaba conmovida y yo lloraba. Madre – le respondí – te agradezco todo lo que has hecho por mí. Estas palabras tuyas no caerán en el vacío, las conservaré como oro en paño » Y lo cumplió. María fue para él en toda su vida la Maestra de sus lecciones, la Guía de sus pasos, la Inspiradora de sus iniciativas, el Calor para su Casa, la Administradora de las limosnas que pedía en su nombre, la Auxiliadora de sus correrías de pastor bueno.Margarita transmitió a su hijo el empeño de avivar la Luz de María, de modo que se pudo afirmar que en su vida todo lo había hecho Ella.La llamada El 26 de octubre de 1835 vistió la sotana en Castelnuovo. «Mi madre –recordaba – mantenía fijos en mí sus ojos, como si quisiese decirme algo. La noche anterior a mi despedida, me llamó y me dirigió estas palabras memorables: "Mi querido Juan, has vestido la sotana; siento todo el consuelo que una madre puede probar por la suerte de su hijo. Pero recuerda que no es el hábito el que honra tu estado, sino el esfuerzo de la virtud. Si alguna vez dudases de tu vocación, ¡por caridad, no deshonres este hábito! Déjalo enseguida. Prefiero tener un pobre campesino que un hijo sacerdote descuidado en sus deberes "». Comprendía que Dios no llama en broma; que no es Fuente de mediocridades. Ella quería un hijo sacerdote con una respuesta digna de la llamada de Dios, un ministro del Amor de Jesús según el Corazón del Padre.
Alberto García-Verdugo
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