Queridos amigos: Hemos celebrado el pasado mes de octubre el Domingo Mundial de las Misiones. Esta celebración nos recordaba precisamente el quehacer y la responsabilidad misionera de la Iglesia. Su eco sigue resonando a lo largo de todo este mes de noviembre, especialmente en el ámbito de la Familia Salesiana, que conmemoramos el sueño y la pasión misionera de Don Bosco, hechos realidad en la primera expedición de aquel 11 de noviembre del 1875. Por eso, este número del Boletín está dominado por la dimensión y orientación misionera. Anunciar el evangelio, proclamar de ciudad en ciudad la llegada del Reino, fue la misión cumplida por Jesús. Realmente, Jesús mismo, evangelio de Dios, ha sido el primer evangelizador, el más grande misionero. Lo fue hasta el final, hasta la entrega y donación de su vida. Especialmente a través de esta entrega, de su muerte y resurrección, anunció la salvación para todos, ese gran don de Dios que es amor y liberación de todo lo que oprime al hombre. Si hemos acogido la Buena Nueva del Reino, somos llamados también a buscarlo, construirlo y vivirlo. Si hemos sido evangelizados por Jesús, somos llamados también a evangelizar. Quien es evangelizado, evangeliza. Una comunidad evangelizada es una comunidad evangelizadora. “Id y proclamad la Buena Nueva” no es sólo un mandato dirigido a los primeros apóstoles; aunque, de manera diversa, se dirige a todos los cristianos. Todos tenemos la responsabilidad apostólica. Todos somos misioneros en la Iglesia. Cada uno de los cristianos podríamos aplicarnos y repetir las palabras de san Pablo: “predicar el evangelio no es para mí ningún motivo de gloria, es más bien un deber que me incumbe” (1 Co 9,16). Realmente, la tarea de la evangelización de todos los hombres nos atañe a todos los creyentes. Es la misión esencial de la Iglesia. Como expresó certeramente Pablo VI, evangelizar constituye la dicha y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Una vocación y una misión, que debido a los cambios amplios, acelerados y profundos de la sociedad actual, resulta cada vez más urgente. La Iglesia nace de la acción evangelizadora de Jesús y de los Doce. Cuando va a comenzar su obra, Jesús quiere contar con hombres que compartan su vida y su tarea. Baja al lago de Galilea y llama a aquellos rudos pescadores que están preparando la barca para lanzarse a la mar. “Venid conmigo”, les dice; así comienza el seguimiento. Les llama a ir con Él y en pos de Él, a estar con Él, a evangelizar con Él, a recorrer su camino. Desde entonces, Jesús sigue llamando. El llamado se convierte en discípulo; y el discípulo se hace apóstol. Jesús se sube en nuestra barca y nos lanza mar adentro a la evangelización. Si Él comienza el anuncio del Reino de Dios, nos deja ahora a nosotros el quehacer de realizarlo; si Él empieza la siembra de la Buena Nueva, la evangelización es hoy nuestra tarea y nuestra ineludible responsabilidad. Con mi afecto y oración
Eugenio Alburquerque FrutosDirector
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