Leí recientemente en un periódico una entrevista a un famoso deportista. Me llamó especialmente la atención la declaración que hacía al periodista que le preguntaba sobre sus fallos y baja forma: “tengo derecho a fallar”. Me dio que pensar. Creo que la respuesta del deportista expresa, de manera concisa pero muy clara y directa, uno de los signos de nuestro tiempo. Es tiempo de derechos. En nuestra sociedad ha crecido sobremanera la sensibilidad por los derechos humanos. Actualmente, en torno a ellos se concentra la experiencia ética de la humanidad. Y es que los derechos humanos son la base de la convivencia social y el fundamento de la paz; representan el contenido de la justicia y la realización plena del bien común. ;font color=#CC0000>Falsas reivindicaciones Nada que objetar ante esta sensibilidad social; al contrario, es necesario que se expanda y siga desarrollándose. Pero uno piensa que, quizás, estamos llegando a una cierta desmesura. Por todas partes abundan reivindicaciones de derechos y todo parece ser un derecho. Estudiante mediocres reivindican el derecho a pasar curso sin dar golpe; mujeres estériles, el derecho a un hijo; parejas homosexuales, el derecho al matrimonio y a la adopción; muchos proclaman el derecho a la vida, y otros muchos defienden el derecho al aborto o el derecho a lo que llaman una muerte digna. No es extraño, pues, que los deportistas proclamen el derecho a fallar. Pero ¿por qué no, entonces, pueden proclamarlo también los médicos, los maestros, los fontaneros, los ingenieros, los albañiles o los taxistas? ¿Realmente existen tales derechos? ¿Surgen y se fundamentan acaso en las propias conveniencias, deseos o apetencias? ;font color=#CC0000>Derechos, valores y deberes Nada más lejos de la verdad. Cuando la Doctrina Social de la Iglesia defiende y proclama los derechos humanos, los fundamenta en la ley natural, es decir, en lo que constituye la naturaleza y la dignidad de la persona humana. Esa es su fuente. De ella procede el derecho a la existencia, a un nivel decoroso de vida, el derecho a la buena fama, a la verdad y a la cultura, el derecho a elegir el estado de vida, a la educación y a la libertad religiosa, al trabajo y a la propiedad, el derecho de reunión y asociación, el derecho a intervenir y participar en la vida pública, a la seguridad social, etc. En este tiempo de tan fácil reivindicación de derechos, me parece que es necesario recordar algunos aspectos sustanciales. Sobre todo, merece la pena comprender que los derechos -por provenir de la naturaleza y dignidad de la persona- están siempre vinculados a los valores morales y, por ello, en relación íntima con los deberes. Derechos y deberes son el anverso y el reverso de la misma moneda. Por eso, sin un dinamismo social que promueva el bien de los demás, los derechos no pueden realizarse en la práctica. Sin cumplimiento de deberes, no hay cumplimiento de derechos. Y, además, los derechos tienen un carácter relacional: mis derechos están en relación con los derechos de los otros, del mismo modo que mi libertad limita con las libertades de los demás. Finalmente, es necesario anotar que esta reivindicación tan amplia y, a veces, tan inconsistente de derechos en nuestro mundo occidental choca con la poca preocupación que mostramos por los derechos de todos aquellos seres humanos que no pueden reivindicarlos por sí mismos. Los derechos humanos más fundamentales están amenazados y son conculcados en muchas partes del mundo; sobre todo, están siendo machacados los derechos de los pobres. ¡Esta es la reivindicación urgente!
Eugenio Alburquerque
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