Hace quince años, Terry, casada con Michel Schiavo, sufrió un paro cardiaco debido, al parecer, a una deficiencia de potasio en su dieta alimentaria. Ello le ocasionó daños irreversibles en el cerebro. Aún manteniendo los ojos abiertos, varios equipos médicos le diagnosticaron un estado vegetativo persistente. Su caso se presentaba como irrecuperable. Ante esta situación, su marido, representante y custodio legal, intentó durante los últimos nueve años que se la dejara morir, asegurando que ella misma lo había pedido en varias ocasiones cuando disfrutaba todavía de sus facultades mentales. A esta pretensión se opusieron denodadamente sus padres, Bob y Mary Schindler. Cuando un juez de Florida determinó desconectar el tubo que le proporcionaba la alimentación (retirado ya anteriormente en otras dos ocasiones a instancias del marido), comienza la acción incansable de los padres para salvar a su hija: recursos a distintos Tribunales de Justicia, al Congreso, al Supremo… Todo resulta inútil. Después de catorce días sin alimentación, falleció el pasado 31 de marzo a los 41 años de edad. En torno a su muerte, a la decisión de los jueces, a la acción emprendida por sus padres, se ha librado un debate que todavía pervive. ;font color=#CC0000>Posturas encontradas;/strong> Todo parece indicar que, con la ley en la mano, la decisión adoptada por los distintos jueces se ajusta al Derecho. Pero ¿fue también la decisión ética adecuada? Esto, me parece, resulta mucho más difícil de discernir y juzgar. Para muchos se ha tratado de un caso claro y condenable de eutanasia. Al retirar el tubo de alimentación del que dependía la vida de Terry, se le privó de seguir viviendo, se le impuso morir de sed y de hambre, juzgando quizás que en esas condiciones no merecía la pena seguir viviendo. Un atentado, pues, contra el derecho sacrosanto de la vida humana. En cambio, para otros, el debate tiene poco que ver con el derecho a la vida o con la eutanasia. Lo que lleva a la decisión judicial es sencillamente el estado de coma vegetativo. Y esto significaría científicamente que Terry no tenía conciencia, pensamiento, sentimientos. Quedaba su cuerpo, pero su cerebro había muerto, y con él todo cuanto la distinguía como persona. Es decir, Terry, en realidad, habría muerto irremisiblemente hace quince años. Por ello, la retirada de la alimentación e hidratación en este tipo de pacientes se juzga como una práctica médica correcta, a la que éticamente no habría nada que objetar. ;font color=#CC0000>Discernimiento moral;/strong> No cabe duda de que el juicio moral resulta sumamente complejo. Sin juzgar ni condenar a nadie y respetando la consideración médica sobre el estado vegetativo, son muchos los interrogantes que no acaban de tener respuesta. ¿Terry en su estado de coma vegetativo era simplemente una planta o era un ser humano desvalido, necesitado de otros para sobrevivir? ¿Podemos dejar morir a una persona como si fuera un vegetal? ¿A cuantos se encuentran en un estado vegetativo persistente hay que dejarlos morir por inanición? ¿Dónde están las fronteras de tal estado? ¿Quién las fija? Si moralmente es legítimo suprimir el empleo de procedimientos médicos excepcionales, desproporcionados, y evitar el encarnizamiento terapéutico, no parece, sin embargo que se pueda incluir entre ellos la retirada de la sonda de la alimentación. Es, más bien, un proceso normal de conservación de la vida. A Terry Schiavo no se le desconectaron aparatos y artilugios complicados para que pudiera seguir viviendo. Simplemente se le retiró el tubo a través del cual se le alimentaba. Quizás ante situaciones semejantes es cuando, de forma especial, convendría recordar que, si queremos mantener una sociedad verdaderamente humana, hay que estar siempre que se pueda a favor de la vida.
Eugenio Alburquerque
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