En siete líneas escasas se encierran las palabras de Margarita a su hijo horas antes de dejarle. Era un testamento empapado en Dios.De hilo de agua a torrente impetuoso La madre había contemplado cómo en diez años el hilo de agua que brotó en la casa Pinardi se había convertido en un torrente impetuoso. Había escuchado que el arzobispo de Turín, monseñor Luis Fransoni, sugería a Juan que fundase una congregación.Vio la generosidad de muchas gentes que colaboraban en las frecuentes rifas y tómbolas que montaba para sostener aquella obra que crecía y crecía.Veía con gozo de su espíritu cómo el Oratorio se llenaba de muchachos recios y santos que crecían todavía más en santidad: Savio, Bongiovanni, Massaglia, Gavio, Cagliero, Rua… en formación constante, en camino hacia la vida consagrada. Oyó que aquellos muchachos empezaban a llamarse salesianos. Con su hijo acogió a prófugos y emigrantes. Mientras tanto Juan era director de tres oratorios: Valdocco, San Luis y Vanchiglia. Se sentía con deseos de convertir el mundo. Y ofrecía a todos, con humildad, la sabiduría de su modo de educar con el Sistema Preventivo. Escribió y publicó veinte libros y miles de ejemplares de las Lecturas Católicas. Vivieron juntos, con su gente, llenos de emoción, la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de María. Trabajó con los muchachos presos en la cárcel La Generala y los sacó de excursión. Organizaba en los otoños largas excursiones con sus hijos. Y soñaba, soñaba… Soñaba de día y de noche. De día vigilaba también para hacer más grande el Reino de Dios y de noche dormía poco. Margarita sentía miedo. ¿Adónde llegaría si en diez años había llenado de luz tan gran espacio? Su temor era que olvidase el pacto de pobreza firmado entre ambos y que el norte de su vida no fuera sólo Dios. Confiaba totalmente en Juan. Pero ¿no podría sufrir el vértigo de tanta acción y el acceso a tanto bien material?Para Margarita la pobreza no era un estado social. Era el abandono en Dios. Era la consecuencia de su fe plena en él, la conversión en vida y sangre de las propuestas de Jesús, el fruto de la elección hecha entre “Dios y la riqueza”. Para aquella entera, sabia y santa mujer ser pobre, por tanto, era poseer la infinita riqueza de un Padre que llena todas las apetencias con su amor. ¿Cómo son nuestras familias hoy? ¿Es Dios su luz? ¿O el brillo del dinero deslumbra todo? ¿Oyen hablar los hijos a sus padres de generosidad, servicio, honradez, esfuerzo, austeridad, altruismo, solidaridad? ¿Es Cristo la fuente de la integridad, de la sabiduría, de la santidad?
Alberto García-Verdugo
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