El diseño original de Dios no preveía el pecado y la muerte hasta la destrucción de lo creado. Pero ni siquiera la alianza sellada posteriormente con la humanidad a través de la promesa de no aniquilarla con un nuevo diluvio, que habría vuelto a hundir la creación en el caos, lograría convencer al hombre de que sólo en Dios podía encontrar su plenitud. Para que el hombre se volviera a situar en la órbita de Dios, el Señor tuvo que diseñar una historia de salvación y partir nuevamente de Abraham, que se convierte así en “padre de la fe” (cf Gn 12). Con Abraham comenzó su camino el pueblo que un día tuvo que ser liberado de la esclavitud egipcia y con el que fue sellada en el Sinaí una alianza bilateral: Dios se comprometía a ser “Dios de Israel” e Israel se comprometía a ser “Pueblo de Dios”. Los diez mandamientos indican los términos del pacto estipulado por Dios con su pueblo y el espacio, no material sino moral, en que se encuentra Israel. Sobrepasar los límites de ese territorio espiritual significa adentrarse en la muerte. Los diez mandamientos son por tanto “diez palabras” cuya finalidad es asegurar la vida, como los padres guían al hijo buscando su bien. Son “diez senderos” que llevan a la Vida misma, que es Dios. Es significativo que, al presentar los términos de la alianza del Sinaí, el autor sagrado diga: “Éstas son las palabras que Dios pronunció…”. Y es igualmente digno de mención que el Deuteronomio, que nos presenta la segunda versión del Decálogo (5,6-22), comience la historia de la salvación de la forma siguiente: “Éstas son las palabras que dijo Moisés a todo Israel al otro lado del Jordán, en el desierto, en la Arabá…” (Dt 1,1). Lo que Dios ha hecho en favor de Israel se vuelve fundamento de sus leyes y normas. Los diez preceptos representan el camino que el Señor ofrece a su pueblo para camine en su presencia, siguiendo el sendero de la vida. He aquí una preciosa catequesis familiar: «Cuando el día de mañana te pregunte tu hijo, “¿Qué son estos estatutos, estos preceptos y estas normas que Yahveh nuestro Dios os ha prescrito?”, dirás a tu hijo: “Éramos esclavos de Faraón en Egipto, y Yahveh nos sacó de Egipto con mano fuerte. Yahveh realizó delante de nuestros propios ojos señales y prodigios grandes y terribles en Egipto, contra Faraón y toda su casa. Y a nosotros nos sacó de allí para conducirnos y entregarnos la tierra que había prometido bajo juramento a nuestros padres. Y Yahveh nos mandó que pusiéramos en práctica todos estos preceptos… Tal será nuestra justicia: cuidar de poner en práctica todos estos mandamientos… como él nos ha prescrito» (Dt 6,20-25). He aquí por qué Moisés, mediador de esta extraordinaria alianza, invita al pueblo a vivir según las nuevas posibilidades ofrecidas por Dios mismo: «Yo os enseño preceptos y normas para que los pongáis en práctica en la tierra en la que vais a entrar para tomarla en posesión. Guardadlos… porque ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia de todos estos preceptos, dirán: “Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente”. Y, en efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está Yahveh nuestro Dios siempre que lo invocamos?… » (Dt 4,5-8). Por tanto Dios debe ser amado “con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas” (Dt 6,5) y el prójimo debe ser amado como nos amamos a nosotros mismos (Mc 12,30-31). No queda espacio para ningún tipo de idolatría, adorando dioses que no pueden salvar, que “tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, tienen boca y no hablan” (Sal 115,5). Es necedad auténtica adorar seres humanos, animales, astros del cielo, obras de nuestras manos (Sab 13,1ss) o divinidades de pueblos cercanos. Precisamente porque la ley del Señor no es otra cosa sino el sendero de la vida, cuya esencia es el amor, a nosotros nos toca aceptar lo que dice Moisés: «Cuidad de proceder como Yahveh vuestro Dios os ha mandado. No os desviéis ni a derecha ni a izquierda. Seguid en todo el camino que Yahveh vuestro Dios os ha trazado: así viviréis, seréis felices y prolongaréis vuestros días en la tierra que vais a tomar en posesión» (Dt 5,32-33). ¡Qué distinta es la mentalidad actual, que quiere presentar a Dios y su ley como una amenaza para la felicidad del hombre! Jesús lo ha sintetizado todo en el mandamiento del amor, única energía capaz de llenar de sentido la vida y derribar las puertas de la muerte.
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