En aquellos primeros años despertó con fuerza el fenómeno mediático musical y desde entonces cualquier encuentro juvenil que se precie tiene, como mínimo, el acompañamiento musical, y está siendo cada vez más a menudo la actividad central de dichos encuentros. Tuvo mucho que ver en esa explosión cultural una tecnología que se fue consolidando y generalizando rápidamente: el para nosotros ya obsoleto transistor. Junto a él se desarrollaron de modo vertiginoso la radio y los formatos musicales que han llegado hasta hoy. De entre ellos, el más famoso es el “top 40”, que sigue generando fieles adeptos. Todo ello, junto con otros factores de tipo socioeconómico, contribuyó a crear nuevas sensaciones de libertad e independencia entre los jóvenes, sensaciones que siguen estando a la raíz de esta relación afectiva y que, por encima de todo, justifican la estabilidad admirable de esta curiosa pareja. En nuestros días, la tecnología digital ha venido a multiplicar hasta el infinito las posibilidades de disfrute de la música: desde la simple escucha hasta la descarga de mp3 a la carta, pasando por la producción doméstica a través de programas informáticos. En el fondo de todas estas manifestaciones, late el grito de libertad que los jóvenes anhelan en un momento de su vida en el que necesitan autoafirmarse (individual y colectivamente) y en medio de una sociedad (familia, escuela, Iglesia…) que no comprenden del todo y en la que no terminan de encajar. Las canciones que escuchan (sean del estilo que sean) enganchan con esos profundos deseos y potencian la necesidad de “liberación” – que ellos llaman libertad – de muchos de los condicionamientos que ellos sienten como una opresión.
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