¿Cuándo le vas a decir que no existe, que es sólo un mito? preguntó el cíclope mientras acariciaba el lomo del unicornio padre que observaba a su retoño trotar por la pradera.Paseaba por la Gran Vía madrileña tras salir del cine, era un día lluvioso de primeros de Marzo, uno de esos días en que todos hemos hecho caso al hombre del tiempo y a la señal de una pequeña gota de agua que escapa del cielo decidimos teñir las calles de todos los colores imaginables a través de nuestros paraguas. En mi cabeza daban vueltas ciertas imágenes de la película Slumdog Millionaire, la gran triunfadora de los Oscar, una de esas películas que te hacen pensar… Y quizá, mi opción como creyente, mi trabajo en Misiones Salesianas, hace que mis ideas escogieran caminos alternativos al común de mártires que salíamos encantados tras haber visto la película. Pegar el oído a las conversaciones resulta divertido, la gente comentaba la historia de amor, la música, el juego de planos como si de un videoclip se tratará, e incluso alguno, tras haber leído a algún crítico trataba de dárselas de erudito al comentar cierto parecido con la película brasileña Ciudad de Dios… Pero mi mente seguía grabada en las andanzas de tres niños para sobrevivir en la India del siglo XXI, no negaré cierto parecido con Ciudad de Dios, las andanzas de unos niños en las favelas de Brasil…¿El cine social está de moda?En mi opinión no, el cine social nunca ha estado de moda, la gente va al cine con la máscara puesta, con la única intención de pasar un rato agradable y de olvidarse de los problemas, más grandes o más pequeños, que le acechan día a día. Pero estamos viviendo una bonita época en la que la denuncia social busca los más estrechos huecos de nuestra comodidad para asomarse e interpelarnos. La grandeza de esta película es el viaje que los espectadores vamos recorriendo con el joven Jamal. Un viaje que comienza en su dura infancia, rodeado de pobreza, en los suburbios de Bombay, y acaba en el plató de televisión. Por el camino, veremos el drama familiar de Jamal y su hermano mayor, y como los dos chicos tienen que hacer verdaderos disparates para sobrevivir. El director, Danny Boyle, antiguo alumno salesiano, no desea escatimarnos la realidad, realidad que no sólo se vive en la India, esa realidad tan dura que es la de la infancia en países en vías de desarrollo, infancia a merced de los intereses de algún adulto que pase por allí.¿Y la realidad?Poner los pies en el suelo es algo difícil en una sociedad cuyos referentes en cuanto a estilos de vida se basan en los programas de tele-realidad, los programas del corazón y las series precocinadas para adolescentes. Sociedad hedonista que nos vende el consumo de viajes y tecnología como la novena maravilla. La India sigue siendo un destino turístico como lo pueden ser todo el sudeste asiático, Vietnam, Laos, Camboya… Pero la realidad en esos países es realmente dura, sobre todo para ellos, los más pequeños. En los países del sudeste asiático los niños son una fuente de recursos. Si usted viaja a Camboya, o la India verá cientos de niños pidiendo en la calle, niños que piden para comer, pero la realidad es bien distinta. El salesiano Albeiro Rodas desde Sihanoukville está empeñado en devolver a esos niños su infancia y da unos consejos a los turistas que se acercan a la zona: «Ayúdanos a cuidar a nuestros niños. No les des dinero. Todos los niños que piden dinero en las calles camboyanas, son utilizados por adultos, son explotados. Ellos, los adultos, utilizan niños pequeños para pedir. Cuando sientes pesar y les das algún billete de dólar o un euro, este dinero no es para el niño, sino para un adulto que lo utiliza en juegos, vicios y que por lo general maltratan a los niños. Si quieres ayudarles, en Camboya existen muchas organizaciones dedicadas a la protección de los niños, las mujeres, los minusválidos, los enfermos de sida… y estamos todos los misioneros; haz que tu donación, por pequeña que pueda parecerte, realmente salve y podamos seguir trabajando en la protección de esos camboyanos y camboyanitos».InfanciaLos niños que trabajan, que piden, que son explotados sexualmente no son un mito, existen, aunque nosotros no podamos o no queramos creerlo. Nuestro aporte está dado: educar a los niños y jóvenes, de manera que se creen los líderes y la fuerza de trabajo calificada que se requiere. En ese sentido, informar sobre estos países para que sean conocidos es uno de nuestros deberes. No se puede ayudar aquello que se ignora, no queremos que pese sobre nuestras conciencias la frase de un niño «Señor, me devuelve mi infancia».
Lorenzo Herrero
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