Queridos amigos: En el número anterior, correspondiente al pasado mes de septiembre, en la página de saludo, el Director del Boletín Salesiano, Pablo Marín, de forma familiar y sencilla, se despedía de todos los lectores, aludiendo a un verso de Antonio Machado, tan bello como real: “todo pasa y todo queda”. Al mismo tiempo, presentaba al nuevo Director que se haría cargo de la Revista a partir de septiembre. El tiempo ha llegado. Con gozo y entusiasmo emprendo esta nueva tarea. Y quiero comenzar este saludo con un deber de gratitud. Al despedir a nuestro querido Pablo Marín, en nombre de todos los colaboradores, lectores y amigos del Boletín, quiero expresarle el agradecimiento de todos por su dedicación generosa a lo largo de estos años, por su servicio y trabajo, por su buen hacer. Desde Roma, a donde le destina la obediencia religiosa, seguirá sin duda alentando y colaborando en el quehacer de quienes ahora tomamos el relevo. Pablo, ¡muchísimas gracias por todo! Por mi parte, también de manera cordial, me pongo al servicio y a disposición de todos, especialmente de los lectores y amigos, de los miembros de la Familia Salesiana que siguen fielmente el Boletín. Quisiera mantener la calidad a la que ha llegado y, si es posible, mejorarla. Quisiera que el Boletín, como toda obra salesiana, sea casa de todos, el hogar en el que todos los lectores pueden entrar, participar, sentirse a gusto; escuela que proclama y hace resonar los valores del humanismo salesiano; parroquia en sintonía eclesial, que anuncia el evangelio, la buena nueva del Reino. Quisiera que, de acuerdo con el proyecto de Don Bosco, el Boletín siga siendo plataforma para difundir el espíritu salesiano y realizar la misión encomendada y compartida por nuestra gran Familia en la compleja sociedad actual. Y quisiera, especialmente, que esta hermosa tarea la lleváramos adelante entre todos, con la participación y colaboración de todos. La puerta está siempre abierta. Me resulta grato particularmente comenzar este servicio de dirección con este número del mes de octubre, dedicado a recordar y celebrar el 150 aniversario de la muerte de Domingo Savio, que se cumplía el pasado 9 de marzo. Domingo Savio significa la encarnación de la santidad juvenil, el fruto granado de la pedagogía preventiva de Don Bosco. A través del deber cumplido, de una piedad sólida y de una verdadera alegría, Don Bosco lo condujo a la santidad. Este acompañamiento espiritual que realiza el sacerdote Juan Bosco en el incipiente Oratorio de Turín sigue siendo el ejemplo del acompañamiento pastoral salesiano. Amigos, Domingo Savio sigue proclamando y transmitiendo hoy un mensaje de santidad para los jóvenes, especialmente, pero también para todos. Todos los cristianos estamos llamados a la santidad. Es la gran meta de nuestra vida, porque esa es la voluntad de Dios. Ésta es, pues, nuestra gran empresa; ninguna otra empresa humana se le puede comparar. Pongamos manos a la obra. Desde nuestro propio testimonio de vida podemos también difundir este extraordinario mensaje a los adolescentes y a los jóvenes, que se debaten entre la zozobra y el sinsentido: que Dios quiere que seamos santos y que su amor nos va a guiar y acompañar siempre en esta tarea. A disposición siempre.
Eugenio Alburquerque FrutosDirector
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