“Ya nos habíamos organizado para que los jóvenes aprendices, que vienen de fuera de la ciudad, pudieran dormir por la noche en el centro, pero con los niños de la calle la comunidad misionera vio que había que dar un paso más, para dar respuesta a sus necesidades”. De la preocupación por estos jóvenes nació en 1996 el “Foyeur Don Bosco” de Porto Novo.Un poco de jabón y comida Foyeur significa “hogar” y eso es lo que la comunidad misionera salesiana ha construido para los niños de la calle. Por el Hogar Don Bosco han pasado más de 600 menores y, de ellos, el 90% se ha reintegrado en la sociedad. Quedan lejos los comienzos, en los que una casa derruida y el método preventivo de don Bosco fueron las únicas armas de trabajo: “Comenzamos con dos jóvenes de la calle a los que convertimos en monitores, porque ellos podían comprender mejor que nadie las dificultades de los chicos” – explica José Luis-. Hoy los salesianos disponen de una casa grande, agradable y funcional en la que cien muchachos viven, estudian y se preparan para el futuro -“Atendemos a los niños más complicados, niños que han abandonado otros proyectos, o que tienen una situación familiar muy difícil”. Cuando los chicos pasan muchos años en la calle resulta difícil rehabilitarlos, pero si han pasado poco tiempo o son de corta edad, es más fácil hacerles descubrir los valores humanos y cristianos, así como el interés por el estudio y la formación, que les permitan aprender un oficio y ampliar sus posibilidades laborales. El acercamiento al niño comienza con una sencilla oferta: “Primero se le da jabón para que se lave, se le da de comer y se le cura si tiene alguna herida. Después se le hacen unas preguntas sencillas y poco a poco se va intentando conocer su historia. Cuando tenemos los datos de la familia, vamos a visitarla. Puede que el niño haya huido por un problema sencillo, que se pueda solucionar y la familia vuelva a acogerlo. Si la situación es más grave, los pequeños se quedan en el Hogar”.Pequeños artesanos La integración en el Hogar se logra a través de juegos y de clases de alfabetización. Los menores reciben una formación básica, en grupos reducidos, adaptada a las necesidades de unos chicos que no han ido a la escuela y no están acostumbrados a la disciplina. A pesar de las dificultades, trabajan con intensidad y algunos incluso logran avanzar dos cursos en un año, antes de incorporarse a la enseñanza reglada. Los chicos más mayores tienen la posibilidad de aprender un oficio en talleres especiales. Es costumbre, en Benín, que el aprendizaje se realice en pequeños grupos de varios aprendices con un patrón, donde no sólo no cobran por el trabajo que realizan, sino que tienen que pagar al patrón por las enseñanzas. Los patronos van a buscar a los niños de los poblados, los cogen analfabetos y les enseñan albañilería, carpintería, mecánica y otras profesiones. Muchos patrones maltratan a los niños, así que huyen y se quedan en las calles. No pueden volver a sus casas, porque si lo hacen la familia les buscará un nuevo patrón. Pero los talleres salesianos son diferentes. Los chicos, de 17 y 18 años, reciben una formación gratuita, viven en el centro y cuentan con toda la ayuda posible para montar su propio negocio. Con los chicos que ya trabajan en los mercados se realiza una labor de asesoría, explica José Luis: “Se hace un trabajo de sensibilización en el mercado para organizarlos, para que se agrupen y defiendan sus intereses. Nos reunimos con ellos y les hablamos de la prevención del SIDA, les sensibilizamos para que entre ellos se ayuden a curar las heridas que se hagan en el mercado y, en general, para que puedan mejorar sus condiciones”.Las vendedoras de la calle Según datos de UNICEF, sólo el 50% de las niñas nacidas en Benín asiste a la escuela primaria, por ello hay muchas más niñas trabajadoras que niños trabajadores. Se emplean en servicio doméstico o como vendedoras ambulantes. En Porto Novo las Hijas de María Auxiliadora han acogido a cincuenta niñas, con una infancia difícil. Sor Asunción Bosch explica cómo “han sido maltratadas, violadas, entregadas a un matrimonio forzoso, o han sufrido otros padecimientos, a pesar de su corta edad. Nuestra labor es acogerlas y enseñarlas a leer, escribir y aprender algún oficio. En casa hay clases de costura y peluquería, también hacemos pequeñas cosas para vender, todo muy simple, para que las niñas aprendan y más adelante puedan sacar algún dinero. Todas siguen cursos de alfabetización. También tenemos un grupo más aventajado, de unas quince chicas, que saben francés y van a la escuela primaria a completar su formación”. Para estas niñas y para muchos otros niños de la calle los misioneros hacen actividades al aire libre, en mercados y plazas públicas, donde les explican sus derechos. Pero también hay que sensibilizar a los adultos: “Se habla con las familias cristianas, para que no den a sus hijos a estos patronos. Poco a poco se va cambiando a la sociedad, pero para que haya un avance serio es necesario que las autoridades tomen partido. Con este trabajo, hasta el momento, hemos conseguido rescatar a 38 niños, que ya han dejado de trabajar y están escolarizados”, afirma José Luis. “Benín es un país pobre, pero no excesivamente, como otros de África. Un niño sobrevive con menos de un dólar al día. No hay hambre, pero sí mucha malnutrición, sobre todo en los poblados. En la ciudad hay muchos barrios en los que se vive con muy poco y hay niños que comen un día sí y otro no. Ahora el Gobierno empieza a ser un poco más sensible con este tema”. Gracias a esta labor de sensibilización con los patronos, las familias y las autoridades, la situación está cambiando y se empieza a “ver” a estos niños invisibles que llenan las calles de Benín.
María Jesús Rodríguez
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