Conflictos armados, epidemias, catástrofes naturales, corrupción gubernamental, comercio injusto, enfermedades crónicas como la malaria o el sida, deuda externa, mala distribución del alimento, globalización de las desigualdades… estas son algunas de las razones que provocan o mantienen las hambrunas en muchos países del mundo, especialmente en el continente africano. El hambre es, sin duda, la expresión más hiriente de la pobreza. Mientras en los países desarrollados millones de personas hacen dietas de adelgazamiento, en países del Tercer Mundo más de 850 millones de personas pasan hambre. Ante los cinco millones de niños menores de cinco años que mueren anualmente por falta de alimento la Familia Salesiana no podía quedar indiferente. El alimento es la prioridad. Es difícil aprender, jugar, cantar, rezar… cuando se está hambriento. Como muestra sirve Etiopía que en 1984 saltó inesperadamente a la palestra internacional. Millón y medio de personas murieron aquel año a pesar de los esfuerzos de cientos de organizaciones que acudieron a tratar de paliar esa situación. Para entonces, los salesianos llevaban casi diez años trabajando en el país. Durante un tiempo, debieron compaginar sus labores educativas con la necesidad más inmediata: dar de comer al hambriento. Por desgracia, no sería la última vez: en 2002, las hermanas salesianas de la comunidad de Zway alimentaron durante varios meses a miles de personas, en colaboración con Naciones Unidas. En medio de este panorama, las escuelas, oratorios y centros de formación salesianos florecen para dar esperanza y futuro a aquellos que no tienen nada. Teresa López, una voluntaria oscense de la ONG salesiana VOLS (Voluntariats Solidari) está en Etiopía y lo vive de cerca diariamente.
Teresa López
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