Cada vez que iba a casa de mi madrina Anneliese, en Madrid, me llamaba la atención un detalle: la familia tenía reservado un rinconcito del salón para un sencillo altar. Lo presidía una imagen de la Virgen María bajo la advocación más querida por los miembros del movimiento apostólico Schönstatt, con alguna vela y, siempre, la Biblia.
No estaría nada mal que en nuestras familias cristianas encontráramos y reserváramos un pequeño espacio en casa, un lugar que hiciera especialmente sensible la presencia de Dios. Yo lo llamo “el rinconcito de la oración”. Puede ser el lugar adonde el matrimonio se dirige al principio o al final de la jornada para rezar, de una forma sencilla, con los hijos. No hace falta mucho: puede estar presidido por un crucifijo o una imagen de la Virgen –en nuestro caso, normalmente, como miembros del vasto movimiento salesiano, de María Auxiliadora–; la Palabra de Dios no debe faltar; podría estar decorado con un centro de flores, una cita bíblica que os resulte especialmente significativa, una vela… ¡Creatividad y buen gusto al poder!
En todo caso, el rinconcito de la oración debe ser un reclamo constante que ayude a la familia –a los padres y a los hijos– a cultivar la actitud de acción de gracias, la alabanza, la adoración, la petición, el perdón. ¡Todos los días! Y que nunca se convierta, por favor, en una esquina tan bien decorada como olvidada que, en fin, solo sirve para acumular polvo.
Miguel Ángel M. Nuño
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