No creemos que todo lo que somos ahora se deba a aquella experiencia, pero no haríamos justicia a ésta si no reconociésemos que esa parada en el Sur de nuestro mundo, nos ayudó a descubrir nuestro norte. A veces nos cuesta recordar nombres y momentos de nuestro estancia allí, personas con las que tratamos. Pero no olvidamos su vida, su realidad, su ejemplo y compromiso, empezando por los salesianos que allí estuvieron y acabando por los niños y niñas cuyas miradas nos interrogaron interiormente. Recordar Tijuana es recordar nuestra opción personal por los jóvenes, especialmente por aquellos más desfavorecidos. Es luchar hoy por la justicia social y el compromiso ético y personal de cada uno de nosotros. Es esforzarnos por acercar la realidad del mundo y nuestra complicidad con él. La sonrisa se vuelve a los labios al recordar nuestra experiencia con los niños y las niñas en la calle, con la escuelita (para aquellos sin opción de ir a la escuela formal), las clases de informática para jóvenes y adultos, el ;i>carro (que aún no sabemos cómo funcionaba con 340.000 kilómetros a sus espaldas), la liga chica y la liga grande de fútbol de los fines de semana, las mujeres de Biblia que se reunían para conocer más a Dios, las “Vacaciones Felices con Jesús” (nuestro campamento de verano en aquellos mismos barrios)… Fue una gran experiencia, pero no un punto y aparte, y mucho menos un punto y final. Ha sido un punto y seguido, un soplo de vida que nos empujó a dar, a ofrecer, a compartir y a luchar por lo más grande, desde lo pequeño, lo diario, desde lo personal, hacia los demás. Hace algún tiempo cantábamos aquella ranchera mexicana que decía “Y volver, volver, volver”… pero aunque nos apetezca y mucho, no es necesario, pues a Tijuana, a su significado, la llevamos ya en el corazón.
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