Vivimos en una sociedad pluralista y compleja. Hace cincuenta o sesenta años la sociedad tenía una visión más unitaria de ciertos problemas. Las cosas ya no funcionan así. Hoy, los puntos de vista sobre cualquier tema son muy dispares. Sobre cualquier cuestión yo puedo tener una opinión y el vecino de enfrente otra diametralmente contraria. Si esto es así para cualquier tema, no puede serlo menos para el deporte. Cuando yo pronuncio la palabra deporte, mis interlocutores pueden estar pensando en cosas muy diferentes entre sí, según sean sus intereses o puntos de vista: ejercicio físico, negocio, pasión, espectáculo de masas, liberación de tensiones, educación… Y es que sin duda, en la sociedad en la que vivimos, el deporte es una realidad poliédrica, que puede verse de maneras muy diferentes.Diferentes perspectivas Para algunos el deporte es un negocio. Es una actividad que mueve dinero a pequeña o a gran escala. Esto no necesita explicación en el ámbito de la gran competición, donde asistimos estupefactos a salarios desorbitados, fichas millonarias, contratos publicitarios a años luz de la economía del común de los mortales. Pero también a un nivel más próximo a nuestras realidades cotidianas, existe esta mentalidad mercantil unida al extenso mundo del deporte. Y es que el tiempo libre, en esta sociedad de compra-venta en la que vivimos, está dejando de ser un espacio para el voluntariado, para convertirse en un campo más del mercado. Los padres demandan actividades que tengan a sus hijos ocupados hasta la hora en que vuelven a casa tras la jornada laboral o en ese incómodo mes de julio en el que los niños ya disfrutan de unas vacaciones que los padres aún esperan. Ahí aparecen las empresas de tiempo libre ofreciendo campus deportivos, deportes de multiaventura y un amplio abanico de posibilidades que satisfagan las necesidades del cliente.Para otros, el deporte es un contrapeso de la vida diaria. En un mundo de carreras, de estrés, de prisas… el deporte sirve para aliviar la tensión de la semana. Un poco de ejercicio además, sirve para mantenerse en forma y poder cumplir con los exigentes parámetros de estética que marca una cultura obsesionada con la belleza, el culto al cuerpo y la apariencia. Prolifera el «deporte de gimnasio» destinado a eliminar michelines o a sacar la suficiente musculatura para estar a la altura de la estética postmoderna.Por último, para algunos el deporte es un juego, simplemente un juego libre y espontáneo en el que se pueden desarrollar las capacidades que la persona lleva dentro. Y se trata de un juego organizado, con unas normas, unos roles, unas tácticas, unos objetivos. La suma de la espontaneidad del juego con la organización connatural a la práctica deportiva es la que otorga al deporte la condición de ser un privilegiado lugar educativo que puede ayudar a quien lo practica a crecer, mejorar su autoestima y relacionarse con los demás. En este caso no se practica deporte para enriquecer a la institución organizadora, ni para que los chicos descarguen la tensión acumulada en clase, ni para fomentar una cultura de «cuerpos danone», donde los gordos parecen condenados a la marginación de la «sociedad del lifting». Se hace deporte para educar jugando y se juega para aprender disfrutando. Esta es la propuesta deportiva que se ofrece en tantos colegios y clubes salesianos y que voy a intentar explicar.Sociedad en miniaturaEstoy convencido de que uno de los valores más importantes de la práctica del deporte de equipo, consiste en que a través de la dinámica de entrenamientos semanales y competición anual, se puede educar a los chicos de las diferentes edades para la vida en sociedad.Un equipo es como una sociedad en miniatura. En él hay diferentes roles y todos tienen que aceptar el suyo. La autoridad, esa palabra tan desprestigiada hoy en día, es esencial para un desarrollo normal de la competición. ¿Qué sería de un partido si los jugadores no respetasen la autoridad del propio entrenador o del árbitro que dirige el encuentro?Las reglas, tan difíciles de asumir en otros campos de la vida familiar y escolar de los adolescentes, se ven de forma más natural en la práctica deportiva. De forma evidente aquellas reglas oficiales impuestas por el reglamento de la competición, y de forma consensuada aquellas internas que el hábil educador sabe proponer para la buena marcha de un grupo que semanalmente comparte juego. Hacer pasar a los chicos de asumir unas reglas válidas para la práctica deportiva a respetar las normas básicas de convivencia en sociedad es el mejor favor que un educador deportivo puede hacer a la sociedad civil.Pero hay más. Los adultos saben muy bien que en la vida no se consigue todo lo que se quiere o se sueña, que poco se alcanza sin esfuerzo, que en la vida familiar y profesional hay que convivir con límites que frenan el utópico sueño de los deseos… Los deportistas se enfrentan semanalmente a entrenamientos encaminados a mejorar sus resultados a final de una temporada en la que no todos pueden quedar campeones. Se esfuerzan como un equipo para unir cualidades de cara al mejor resultado posible, conviven con sus propias limitaciones, individuales y grupales, que un buen entrenador les habrá hecho ver, no para desilusionarlos, sino para hacerlos crecer desde el realismo del que se conoce a sí mismo y no pretende ser quien nunca podrá ser. De esta forma, el deporte puede educar a una cultura del esfuerzo, de la convivencia y la cooperación. Puede servir para asumir el necesario equilibrio entre deseos y límites, tan problemático en otras esferas de la vida y, sin embargo, único espacio real para alcanzar la felicidad.Un estilo educativoDon Bosco en el siglo XIX puso en marcha un sistema educativo centrado en la persona del joven. En un ambiente de acogida incondicional y de alegría compartida, transmitió un estilo pedagógico en el que el educador creía en las posibilidades de cada uno de los muchachos desde un cariño no sólo vivido sino también demostrado. Esta experiencia pedagógica, que él denominó sistema preventivo, partía de una visión creyente de la existencia y de una antropología positiva en la que la razón y el amor sustituían a la amenaza y a la imposición, tan extendidas en las prácticas pedagógicas de la época.El deporte salesiano bebe de esta fuente pedagógica y por ello se presenta como un instrumento privilegiado para educar en la prevención. Ante tantos riesgos que acechan la vida de los jóvenes, el deporte pretende inculcar hábitos de vida sana que fomenten la autoestima y una visión positiva de uno mismo.Esta oferta, tiene que ser popular por definición. El objetivo no es el éxito a toda costa, no se trata de seleccionar a los mejores para que la institución adquiera gloria o prestigio. Todo el mundo tiene que tener un hueco en esta propuesta en la que el deporte es visto como una forma privilegiada de crecer como personas y donde tal vez el que más lo necesita, no es el mejor dotado técnicamente.Entendido desde esta perspectiva pedagógica, el deporte ocupa un puesto en el universo de intereses de la vida del joven que hay que potenciar armonicamente: estudios, amigos, familia, hobbies… El educador deportivo tiene que ayudar al chico a armonizar sus compromisos con el grupo, con otras dimensiones de su propia formación, tan importantes o más que la práctica deportiva. Debe saber que la vida del chico no termina en la cancha. Para ello, es importante que exista una coordinación entre los diferentes agentes educativos que intervienen en la vida de los muchachos: padres, escuela, club, centro juvenil… Ni los estudios deben ser un enemigo de la práctica deportiva, ni el deporte el gran problema para los estudios.Ofrecer valoresEn una sociedad donde el tejido asociativo ha ido perdiendo fuerza, el deporte es aún un gancho que congrega a cientos de jóvenes en torno a una institución educativa. El deporte no es educativo sin más, somos las personas, las que podemos hacer que en torno a esta actividad se ofrezcan valores que ayuden a la persona a crecer. ¡Cuántos espectáculos lamentables damos los padres y los entrenadores a nuestros chicos los fines de semana, cuando lo único que les ofrecemos son gritos, insultos y pérdidas de control! Que en muchas ocasiones no lo consigamos, no significa que los recursos dejen de estar ahí, a nuestra mano, para conseguir que según las posibilidades de cada uno, los miles de muchachos que practican deporte en el ámbito salesiano, crezcan y maduren como personas en un ambiente espontáneo y organizado, rico en valores y rico en humanidad.
Fernando García
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