Lo primero, no ceder al enfado. Puede ser una lata soportar una explosión de llanto en público, pero compensa a largo plazo; o puede ser una pesadez despertarle media hora antes para que se vista y desayune él solo (¡y sin la TV!), pero a largo plazo será bueno para nosotros y para él. Especialmente es bueno que sepan que: “Llorando o enfadándote no lo vas a conseguir. Pidiéndolo bien quizás”. Debemos ser coherentes, tener criterios comunes ambos padres o todo el profesorado; actuar porque la conducta requiera actuación no porque estoy estresado; y por supuesto dar ejemplo; hace poco vi como un adulto pegaba en broma a otro, su hijo de 2 años imitó esta conducta pegando a su madre. La norma debe mantenerse, no desde el autoritarismo, y menos desde la violencia, (por ser violentos no nos obedecerán más), sino desde el diálogo. Es bueno reflexionar, explicar opiniones, pedir que exponga y fundamente opiniones, que busque formas de actuar y que lleguemos a acuerdos. No siempre podemos pararnos a dialogar, pero es bueno buscar los momentos. Diremos por ejemplo: “ahora no te compro el juguete, en casa hablamos de cuando se compran”. Esto permite buscar momentos de calma para dialogar; y algo importantísimo, aprender a diferir las gratificaciones, a que no sea “quiero algo y debe ser ahora mismo”. Finalmente, es fundamental decir lo que hace bien, para que se sienta reconfortado y repita esa conducta. Por cada crítica deberíamos decirle varios halagos.
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