Una vez más Caritas Española ha presentado ante los medios de comunicación su memoria anual con el fin de rendir cuentas, con transparencia, y de agradecer los fondos recaudados en el año 2003. Por encima de la recaudación, de la distribución de los recursos o de su inversión en programas destinados a combatir la pobreza, a la cooperación internacional, a la rehabilitación e inserción social de las personas más desfavorecidas, una cifra llama especialmente la atención: ¡1700000 españoles son pobres! Realidad social A pesar del crecimiento económico, realmente superior a la media europea, en España todavía casi dos millones de personas viven en pobreza severa. Esta es nuestra realidad social, que no puede ser tapada ni negada, y ante la que no deberíamos tampoco mirar para otra parte. Porque si hay dos millones de pobres, España no va bien. Y, si no nos detenemos en la realidad española y alargamos la mirada a este mundo globalizado, las cifras no pueden menos de sobrecogernos: uno de cada tres habitantes de nuestro planeta no alcanza a satisfacer las necesidades básicas y a duras penas logra subsistir. Carecen de alimentación suficiente, de atención primaria a la salud, de enseñanza básica, de agua potable, de condiciones mínimas de higiene; la mayoría pasa hambre. Si esta realidad no inquietara a la comunidad cristiana, si ante ella nos quedáramos indiferentes, significaría esto el reinado del individualismo, la desaparición del concepto mismo de bien común, la indiferencia ante la injusticia; en definitiva, una vivencia muy light del cristianismo. Lucha contra la pobreza Actualmente es el más importante compromiso social: luchar contra la pobreza lejana y contra la cercana. En ello están implicados estados y ciudadanos, y a ello pueden cooperar los programas políticos, los grandes proyectos y decisiones macroeconómicas, y también las decisiones concretas de nuestro vivir cotidiano y de nuestra economía casera. La lucha contra la pobreza constituye el signo más elocuente de la instauración de la justicia. En una sociedad marcada “por el pecado de injusticia” (Sínodo Obispos, 1971), justicia es la respuesta que esperan multitudes ingentes de seres humanos que viven situaciones inhumanas e injustas. Porque la justicia entraña el reconocimiento de la dignidad, de los derechos fundamentales y de la exigencia de igualdad. La búsqueda permanente de la igualdad humana, esto es la justicia. Es decir, que dejen de existir la marginación y la exclusión, las desigualdades sociales, el abismo abierto entre ricos y pobres, el hambre y la pobreza; que todos los humanos podamos disfrutar de condiciones de vida humanas. Tomar conciencia de la realidad de la pobreza, de su gravedad y de su injusticia, sentirse interpelados por ella, mirar la realidad social desde los ojos de los pobres, aproximarse a su sufrimiento y a su miseria, llegar a compartir solidariamente el propio bienestar y los propios bienes, por ahí se encuentran los caminos de la justicia. Y esos son también los caminos del Reino. El reino de Dios se construye con el evangelio de la solidaridad, de la justicia y de la paz.

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