En la capilla del Arzobispado, aquel Juanito Bosco se transforma, por la imposición de manos del obispo en el sacerdote “don Bosco” . En la primera misa, en su pueblo, mamá Margarita, a solas con su hijo, le recomienda: “Ya eres sacerdote, estás más cerca de Jesús. Yo no he leído tus libros, pero recuerda que comenzar a decir Misa quiere decir comenzar a sufrir. No te darás cuenta enseguida, pero poco a poco verás que tu madre te ha dicho la verdad. De ahora en adelante piensa solamente en la salvación de las almas y no te preocupes por mí». Serán consejos que don Bosco tendrá muy presentes en el modo de educar a sus muchachos. «Quisiera –dijo a uno de sus muchachos- que fueras mi amigo, pero ¿sabes lo que significa ser amigo de don Bosco?». La respuesta del muchacho fue: «Que tengo que ser obediente». Pero don Bosco le corrigió: «¡No! Yo quisiera que tú me ayudaras en una cosa muy importante». «¿En qué?», replicó el muchacho. Y don Bosco le aclaró: «Que me ayudes a salvar tu alma». Aquí encontramos el sentido de todo el trabajo apostólico de don Bosco. Había aprendido bien la lección de su madre: el «Da mihi animas» será el lema que guiará toda su vida.
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