Dicen que a quien no ha salido nunca a la puerta de su casa la calle le da miedo. Este verano he tenido la posibilidad de dar un paso más allá en esos viajes que me hacen conocer otras realidades, no sin el miedo de mi abuela, inherente tanto a su edad como a su condición de abuela, al decirle que mi destino era Colombia. Colombia, ese país estigmatizado por las historias mil y una veces repetidas de guerrillas y secuestros que lo colocan en el mapa frente a nosotros como un país con un índice de peligrosidad elevado. Pero tras más de 20 días recorriendo sus ciudades y calles vuelvo con la sensación de que el mayor problema de tan bello país no es la violencia, ni siquiera la guerrilla, sino las grandes desigualdades económicas y sociales con las que nos encontramos. Han sido 20 días intensos para conocer más de cerca la idiosincrasia de un pueblo, el colombiano, que principalmente muy cercano y acogedor, lucha, cada día, bien sea en el campo o en la ciudad por sobrevivir. Y ustedes podrán preguntarse qué pinta un titular como “Pajaritos en el aire” a raíz de un viaje a Colombia. Para los menos puestos en la actualidad deportiva y en la música moderna he de decirles que es el estribillo de una canción de Bogotá Boys, muy de moda en España por ser una de las más escuchadas en el vestuario del Real Madrid, de la mano del andaluz Sergio Ramos, y por tanto en los reproductores de música de millones de niños y jóvenes españoles. La expresión “pintar pajaritos en el aire” hace referencia a esas promesas que nunca se cumplen, a aquellos que nos dibujan un futuro prometedor y maravilloso a su lado pero que se desvanece rápidamente como un castillo de arena a orillas del mar. Y quizá esa canción de amor pudiera extrapolarse a una realidad, la colombiana, harta de escuchar promesas que no valen nada, de ser descrita por sus gobernantes como un país en pleno desarrollo pero cuyas ventajas no se ven en el pueblo. La pregunta fácil sería por qué sucede esto. Pero para responderla podría necesitar más folios que toda la extensión del Boletín, y con un ejemplo me valdrá. Todos ustedes habrán oído hablar de la Wikipedia, esa gran enciclopedia en la red donde uno puede encontrar una cantidad abrumadora de información sobre cualquier cosa que pueda ocurrírsele, sin embargo, seguramente no habrán oído hablar de Corrupedia, la enciclopedia de la corrupción en Colombia, con más de 200 fichas de políticos envueltos en casos de corrupción, cuya información es veraz y argumentada mediante publicaciones aparecidas en fuentes oficiales de información. Es por eso que no me sorprendió para nada encontrarme frente a un televisor en el aeropuerto de Armenia, en el eje cafetero colombiano, escuchando al presidente Santos hablar de los paros campesinos que paralizaban el país, utilizando términos como vandalismo, o movimientos manipulados por la guerrilla. En aquellos momentos la reflexión era muy sencilla, la imagen de país inseguro la venden los propios políticos colombianos para justificar sus acciones frente a una sociedad que sufre un gran desequilibrio social. En este viaje tuve la oportunidad de charlar con algunos recolectores de café, la pregunta no se podía hacer esperar, y aunque fuera de mal gusto era obligatoria. ¿Cuánto cobra un recolector de café? La respuesta fue descorazonadora, 200 pesos colombianos el kilo, es decir menos de 10 céntimos de euro. Un recolector puede recoger, si es excepcional, 150 kg diarios de café en temporada alta, trabajando desde las 5 de la mañana a las 5 de la tarde. Por tanto, este maravilloso recolector, trabajando sin descanso durante un mes ganaría 450€, de los cuales habría que descontársele la comida y el alojamiento en la hacienda, más de una tercera parte de ese salario. El kilo de ese café se está vendiendo a 30€ en el mercado. ¿Realmente alguien cree que es necesario que la guerrilla movilice al campesino? Sin embargo, Colombia ha dejado algo en mi corazón, el cariño de su gente, su alegría, sus ganas de vivir, su capacidad de lucha. Y como no, paseando por la turística Cartagena de Indias, entre los cientos de vendedores ambulantes que tratan de conquistar al turista me encontré el Centro Profesional Salesiano. Porque a pesar de los políticos, los misioneros salesianos siguen luchando por dar un futuro a más de 1.000 jóvenes, una profesión con la que ganarse la vida, porque ellos dibujan una sonrisa en sus caras y una profesión en el horizonte, ellos no entienden de pajaritos en el aire.
Lorenzo Herrero
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