Cuando se mira hacia atrás no se puede menos de constatar que el siglo pasado ha sido una época de ataques masivos contra la vida humana, de guerras continuas e interminables, de hecatombes, de destrucción permanente, de violencia estructural. Y la verdad es que este mismo panorama es el que se nos abre en este umbral del siglo XXI. Ante esta perspectiva, fácilmente el corazón de los creyentes queda obnubilado y desconcertado. No sabemos reaccionar ante la ola de violencia desatada ante nuestros ojos, ante el drama de la guerra o del terror que se cierne a nuestro alrededor. Aunque lejanos, el terrorismo de Hizbulá o los ataques bélicos de Israel nos estremecen y confunden.El compromiso creyente de la oración Quizás lo primero que puede hacer un creyente ante la iniquidad de la violencia, del terrorismo, de la guerra, es rezar. La oración por la paz no es un elemento que viene después del compromiso por la paz. Al contrario, está en el corazón mismo del esfuerzo por la edificación de una paz en el orden, en la justicia y en la libertad.Con humildad, con confianza y perseverancia tenemos que pedir a Dios el don de la paz. De manera insistente nos invitó Juan Pablo II con su propio ejemplo, a rezar por todas las víctimas y por sus familias, por los pueblos amenazados por el terrorismo o la guerra, por los políticos y gobernantes que tienen la obligación de buscar los caminos de la paz, por los terroristas que con sus actos ofenden gravemente a Dios y al hombre. Quizás en la comunidad cristiana es ésta la oración que en estos momentos habría que resaltar de modo especial. Es posible que recemos con facilidad por las víctimas y que, sin embargo, nos olvidemos de sus verdugos. No pueden quedar fuera de la oración cristiana. Hemos de rezar por ellos para que se les conceda recapacitar sobre sus actos y darse cuenta del mal que hacen, para que se sientan impulsados a abandonar la violencia y a buscar el perdón. La violencia, el terror y la guerra no desaparecerán mientras los que la ejercen no reconozcan su error y renuncien definitivamente a ella. Precisamente porque la paz tiene que nacer dentro de los corazones humanos, no llegará nunca sin una acción eficaz de la gracia. Lo verdaderamente importante entonces es hacer una oración que ayude a mantener viva la esperanza y que impulse, por tanto, a trabajar por ella.Encuentro en Asís En este sentido adquiere un valor sumamente significativo el encuentro de oración que representantes de las principales religiones han tenido los pasados día 4 y 5 de septiembre en Asís para rezar por la paz. Hace ahora veinte años, en octubre de 1986, el Papa Juan Pablo II convocaba a una Jornada Mundial de Oración por la Paz en la ciudad italiana de Asís, cuna de san Francisco, a los líderes religiosos de las doce principales religiones del mundo. Se reunieron precisamente para rezar juntos, para pedir la paz en toda la Tierra. Ahora, veinte años más tarde, se han vuelto a encontrar para pedir “por un mundo en paz”. Con su ejemplo nos señalan que este tiempo en el que vivimos, marcado ciertamente por el terrorismo y por la guerra, es también un tiempo de generosos esfuerzos de diálogo y de reconciliación; y, sobre todo, testimonian que las religiones del mundo tienen que asumir un papel relevante en la ardua tarea de la paz, del diálogo entre los pueblos y las civilizaciones. Esta tarea es empresa de todos los creyentes. En nuestras manos y en nuestro corazón anidan la capacidad de acogida y diálogo, de solidaridad y perdón, de oración ferviente al Señor de la paz.
No hay Comentarios