Las hemos guardado bajo llave. En un cajón de la sacristía. Porque las considerábamos valiosas. Pero tal es la custodia que las hemos catalogado fuera del vocabulario de todo hijo de vecino. Palabras. Como caridad. De puertas a fuera, sólo se utiliza desde una mirada asistencialista. Al menos, para conectar con la periferia común se tira de amor como sinónimo y se salva el vacío. No así con el término misericordia. Como mucho hay quien la asocia con perdón. Con limosna. Con pena. Pero no más.
Por eso, cuando me plantearon hablar a los profesores de los colegios católicos de Andalucía sobre ella, me paré en seco. ¿Cómo contagiar la misericordia a los chavales cuando no significa nada para ellos? Sólo la experiencia nos salva. “Gustad y ved qué bueno es el Señor”. Saboread. Testad. Había que darle sabor. O al menos intentarlo. Ya los salmos invitaban a una experiencia de “mindfulness” para acercarse al Dios de la vida, para bajarlo de las nubes y saberlo siempre cerca. En medio de estas reflexiones, me topé con un bote de Nocilla. “La auténtica”, se subraya junto al logo en el vaso de vidrio.
La Nocilla tiene para mí deje a infancia, a madre entregada, a regalo, a acción voluntaria. Se acumulaban las sensaciones. Leche, cacao, avellanas… Y los demás ingredientes salen de la boca de carrerilla. De forma innata. Al margen de aditivos y conservantes, la Nocilla es alimento. De ahí que quisiera presentarles la misericordia aderezada con esta crema innata a los recreos de la generación EGB. Como si se trata de una adaptación curricular. La cercanía y la acogida del padre de la parábola. A buen seguro que si le hubiera preparado la fiesta en los 80 a su hijo pródigo, le habría montado un buen bocadillo de Nocilla. Que rebosara por la corteza del pan. Sería el toque “Masterchef” al gesto de misericordia de arremangarse las faldas para salir corriendo y darle un abrazo de bienvenida.
Ahora que nuestras aulas están pobladas por diabéticos, celiacos y alérgicos al huevo puede que la Nocilla no sea lo más recomendable para maridar con la misericordia. Quizá haya que analizar que toman los niños, adolescentes y jóvenes en sus recreos para descubrir cuál es su tentempié indispensable, o lo que es lo mismo, cómo podemos enganchar el mensaje del Evangelio con los signos de los tiempos que manifiestan envueltos en plástico en papel albal. Ahí se esconde nuestra estrategia para contagiar la misericordia. Con o sin Nocilla.
José Beltrán Aragoneses
Director de la revista Vida Nueva
No hay Comentarios