Don Bosco y los derechos de los menores
Las imágenes reproducidas por una cadena de televisión dan escalofríos. Y ponen indignación en la piel. Y llenan el alma de tristeza. Las escenas captadas con teléfono móvil por Khalid, un inmigrante de un centro de acogida no importa de dónde, reflejan un trato inhumano e inaceptable con jóvenes recién llegados a Europa después de atravesar el infierno: en el patio, al aire libre y con temperaturas invernales, cuerpos desnudos a la vista de todos fumigados literalmente para combatir la sarna. Vacunados como ganado. Humillante. Indecente. Vergonzoso. Impropio de un país civilizado y del trato a seres humanos en cualquier latitud. Khalid va repitiendo al grabar las imágenes “como animales, nos tratan como animales”. Es un grito angustioso de denuncia y de decepción ante un espectáculo que recuerda, sin miramientos, a los campos de concentración de otras historias y otras épocas.
Cuchillas que laceran la piel, muros que se levantan para impedir sueños, jóvenes abandonados a su suerte en nuestras sociedades del bienestar o cuerpos desnudos despojados de derechos ¿No son acaso una parte de la misma tragedia? Es la globalización de la indiferencia que denuncia Francisco y que condena a los más vulnerables a la exclusión del banquete de los poderosos.
En los “Apuntes históricos del Oratorio de San Francisco de Sales” (1862), Don Bosco escribe:
“La idea de los Oratorios nace de la visita a las cárceles de esta ciudad. En estos lugares de miseria espiritual y temporal se encontraban muchos jóvenes, de ingenio despierto, de corazón bueno (…) Estaban allí encerrados, envenenados, hechos el oprobio de la sociedad (…) En el Oratorio, poco a poco se les hacía experimentar la dignidad de ser hombres”.
Detrás de la expresión “la dignidad de ser hombre”, se encierra lo más noble del compromiso educativo de Don Bosco. Pan material y vestido que libre del frío; estudios y formación, capacitación profesional e inserción laboral… pero, sobre todo, educar para que los jóvenes descubran horizontes para la propia vida que dé sentido a lo que son y les ayude a ser más persona. Vengan de donde vengan. Educar en salesiano también es, pues, el afecto y el calor de la amistad, la sonrisa franca y abierta de la acogida, la incondicionalidad de querer a las personas así como son, ofrecer a Jesucristo, camino, verdad y vida… posibilitar, en definitiva, que los jóvenes crezcan y maduren liberados de cualquier cárcel (abandono, miseria, oscuridad, sin sentido…) y tengan oportunidades para salir adelante.
Ante la globalización de la indiferencia, ante los derechos pisoteados, Don Bosco nos recuerda que nuestro primer Oratorio fue una visita a la cárcel y el empeño por liberar a los jóvenes de injustas prisiones, devolviéndoles dignidad. No podemos olvidarlo.
José Miguel Núñez Moreno
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