Se trata de un sencillo regalo recibido en Siria, en concreto en Damasco, el mismo día en el que soltaba una paloma blanca de la Paz, en esa tarde de fiesta oratoriana, al mismo tiempo caía un mortero. En esa misma plaza habíamos estado jóvenes animadores y salesianos la tarde anterior.
Habíamos celebrado que la paz estaba cerca. Habían transcurrido ya 15 días en los que parecía que todo se había terminado. Pero resulta que no fue así.
Nos habían recibido como si de una gran fiesta se tratara. Habían esperado durante meses que fuese posible ir a visitarlos, y llegamos. Un largo viaje pero al final llegamos a las puertas de Damasco.
Era grande la alegría en el oratorio salesiano de Damasco. Más de quinientos jóvenes en esa tarde de fiesta. Entre estos, unos 150 animadores, jóvenes universitarios que son la vida y el alma de animación en ese Oratorio. Otro tanto sucede en Alepo (con la diferencia que la ciudad de Alepo está en ruinas en más de un 72%).
Como regalo, al final de la Eucaristía en Damasco, me entregaron una hermosa estola con el deseo de que me acompañara al celebrar otras eucaristías por el mundo. En ella está escrito en árabe lo siguiente: “No te olvides de rezar por nosotros”.
Ese regalo y esa frase me ha llegado muy al corazón. Hasta el punto de que, desde entonces me acompaña en todas las Eucaristías: Mexico-Tijuana, Chaco Paraguayo, Uruguay y Rjeka-Croacia.
He comentado en todos estos lugares salesianos este encuentro, este regalo y esta petición que me hicieron. También lo que me encontré en aquellos salesianos y salesianas con quienes compartí aquellos días. ¿Saben que me encontré?
- Me encontré dignidad, de los pobres, de quienes se sienten desbordados por una situación que no han creado, en la que no han elegido participar, pero en la que se sienten inmersos, metidos de lleno sin poder elegir otra cosa. Una dignidad grande, con una mirada penetrante y que dice tanto.
- Me encontré hermosas y sentidas sonrisas, de estos jóvenes animadores que las regalan conscientemente porque quieren que esos niños y niñas del Oratorio tengan un pequeño Oasis en las horas en las que pueden dejar el miedo a la guerra, a los morteros, a la destrucción. Hacen todo lo posible para que la guerra y la destrucción no tengan la última palabra.
- Me encontré con tanta esperanza, palabra justa, y sentimiento que quedaba en mí cuando me decían: “Padre Ángel, no tenemos miedo, porque estamos llenos de Fe y de Esperanza. Y me lo decían algunos jóvenes que habían perdido la casa en muchos casos, y a un padre o un hermano caído y muerto a causa de una bala que se cruzó en su camino.
- Y descubrí que era profundísimo en ellos y en mí el sentido de comunión y fraternidad. Después de conocerlos, después de ver sus sonrisas y darnos esos abrazos que expresaban tan confianza y tanto afecto, desde todo ello los llevo mucho más en el corazón, y no pasa un día en que no los tenga presentes en mis oraciones.
Y después, con tristeza y dolor, mientras otros misiles caían en Damasco, nosotros estábamos viajando a Alepo. Y allí encontramos de nuevo a otros hermanos salesianos, otras hermanas salesianas, y esos maravillosos jóvenes y familias, niños y niñas del Oratorio que, como en Damasco, sigue siendo motivo de esperanza. Inolvidables encuentros, inolvidables momentos de oración y de familia salesiana. Encontré de nuevo la dignifidad, la fuerza, la esperanza y la fe.
“Me encontré en Siria: ‘dignidad de los más pobres, hermosas y sentidas sonrisas a pesar del miedo, esperanza gracias a la fe y un gran sentido de comunión y de fraternidad que llevaré siempre en mi corazón’”.
Y de ellos recibí algo que me dejó sin palabras. Se trata del momento en el que el Director de la casa, estando en el Oratorio, me entrega todo lo que los niños, jóvenes y familias habían recogido durante mucho tiempo para hacérselo llegar a otros lugares más pobres y más conflictivos… Y me preguntaba si existirían… Esos 200 dólares que para mí tenían el valor de una verdadera fortuna, los entregué en mano en el Oratorio Salesiano de la frontera en Tijuana, en México. Y de inmediato se pusieron en comunicación. Resulta que los pobres entre ellos se entienden magníficamente bien porque hablan el mismo lenguaje de verdadera humanidad.
Esta es mi vivencia del encuentro con quienes no han perdido la dignidad, ni la esperanza ni la fe. Un cariño que vuele hacia Damasco y Alepo. Ojalá muchos corazones se sumen a ello.
Ángel Fernández Artime
Rector Mayor
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