Vivimos en un mundo en el que hemos dejado de regalar cosas necesarias para regalar experiencias… El universo de las ideas parece absorber al material o, por lo menos, así nos lo vende la publicidad. Un coche ha dejado de ser un coche para convertirse en la experiencia de disfrutar la libertad de conducir con todo el confort que puedes soñar. Un aparato de aire acondicionado ya no es un aparato de aire acondicionado sino una siesta agradable sin ruido en pleno agosto madrileño. Un hotel ha dejado de ser un lugar donde pernoctar para convertirse en una experiencia inolvidable que hará que el resto de tus días te sepan a poco… Yo, que no puedo presumir de abuelo cebolleta, pues con 30 años no tengo la posibilidad de decir eso de “he vivido dos veces tu vida” salvo en muy contadas ocasiones, recuerdo como en mi santo, cumpleaños, o en los reyes magos, junto a ese regalo que tanta ilusión te hacía se agolpaban una ristra de regalos útiles que, basados en las necesidades materiales del momento, solían tener forma de calcetines, pijamas, albornoces o toallas de playa. Hoy, nos invitan a regalar relax, adrenalina, euforia, lujo, sofisticación… todo ello en cómodas cajas con manual de instrucciones que una vez desentrañadas se convierten en una visita a unas bodegas, un fin de semana en una casa rural, un circuito de spa, la conducción de un coche deportivo o un restaurante de diversos tenedores, estrellas o soles según la guía gastronómica que pretendamos consultar.
¿Nos hemos vuelto locos? Yo diría que no, simplemente nos hemos vuelto cómodos, y, pese a que la crisis golpea con fuerza los bolsillos de millones de familias, todavía no estamos tan mal. Hemos dejado a un lado nuestras necesidades en pos de los caprichos, nos hemos creado otras necesidades y la publicidad se aprovecha de ello adocenándonos, regalándonos la oreja con lo que queremos escuchar. Visitar bodegas, circuitos termales, paseos a caballo… permítanme la ironía, eran las primeras cosas en la lista de sueños a cumplir en mi vida. No, simplemente eran las opciones que venían en la cajita que me regalaron en mi cumpleaños, una caja que rezaba relax y sofisticación. Y es que ya lo dice otro anuncio, el de una afamada tarjeta de crédito, “hay cosas que el dinero no puede comprar”, y yo añado, pero no que un buen publicista no pueda vender.
Lo triste del asunto es que hay cosas que el dinero no debiera comprar y desgraciadamente compra, cosas como la ilusión, la felicidad, el futuro… En definitiva más de un millón de niños y niñas son víctimas de la trata de personas en el mundo. Niños y niñas que son arrebatados de sus familias mediante engaños, con la promesa de un futuro mejor, que son literalmente comprados o raptados para convertirse en pequeños trabajadores que no tienen miedo, que comen poco y que no alzan la voz, pequeños esclavos modernos al servicio de familias, patrones o proxenetas.
Una realidad a la que los misioneros salesianos han de hacer frente, ya no es solo cuestión de niños que no están recibiendo educación, son menores privados de su libertad, su voz y su futuro por adultos sin escrúpulos que trafican a los pequeños sin peligro, son muy pocos los traficantes de personas que llegan a cumplir íntegras las penas que se les imponen en los países del continente africano. Los menores son el escalón más débil de la sociedad, debiera estar marcada a fuego en nuestra identidad su protección y, sin embargo, aún tenemos que enfrentarnos a realidades como ésta.
Desde Misiones Salesianas hemos producido el cortometraje documental “No estoy en venta”, donde podrán conocer la verdadera historia de dos de estos menores traficados en el oeste africano, Jules y Rachidi. Ellos, junto a los salesianos, han empezado a construir su vida de nuevo, una vida en libertad donde el amor es más fuerte que el dinero, porque realmente hay cosas que el dinero no puede comprar aunque siempre haya alguien dispuesto a vendérnoslas. Les invito a conocer de la mano de Jules y Rachidi su historia y como miran al futuro con decisión, cada uno de ellos nos grita “No estoy en venta”, y su voz demanda uno de esos regalos útiles hoy tan en desuso, que de vivir la vida y llenarla de experiencias enriquecedoras den por seguro que se encargarán ellos.
Lorenzo Herrero
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