Han pasado tantas cosas en el poco tiempo que llevo aquí, que no sé ni por donde empezar. Os cuento algunas. El 18 de enero, sor Inés (la hermana que se ocupa del dispensario) sufrió una caída. Se rompió el fémur y ha tenido que irse a Italia para que la operen. Como con ella está sor Elisa, aquí somos dos menos. Las mujeres del ;i>feeding no paraban de llorar cuando se enteraron. Nieves hizo que se pusieran a rezar, cada una a su Dios, ya que aquí hay de varias religiones. Sor Inés lloraba también, pues no quería volver a Italia. Ya se sabe que los misioneros que han pasado media vida en África como es su caso( lleva 20 años) no quieren volver a la civilización. Ahora que yo misma conozco los dos mundos, no me extraña mucho. La echamos mucho de menos. Sólo espero que pueda volver antes de que yo me vaya. En el dispensario, por ahora, está Isabela, una voluntaria italiana que es enfermera y que sólo llevaba aquí una semana; tiene 65 años y estará con nosotros un mes. Las hermanas están, pues, buscando alguien que atienda el dispensario. En estos días ha intentado suicidarse una de las empleadas de la misión. Su marido le pegaba. Las hermanas sufren muchísimo con estas historias. Cerca de la misión hay una casa donde viven 4 hermanitos solos, siendo la mayor de 7 años. Cansada su madre de las palizas se fue a su pueblo y dejó a los niños atrás. Van a nuestro colegio. Menos mal que por lo menos aquí tienen comida, pero ¿se imaginan esos niños solos de noche, y lo sucios y descuidados que están? Estas historias corresponden a la gente más pobre que pasa por la misión. Son las que están en el ;i>feeding, normalmente son mujeres de las aldeas lejanas que no tienen ninguna cultura ni posibilidades, se han criado en zonas rurales del interior, llevan la cara tatuada y recalan en la misión con algún hijo al borde de la muerte por desnutrición o deshidratación. Las hermanas sacan adelante a los niños y a ellas les dan trabajo haciendo cestas o limpiando de forma que puedan alquilar un cuartito donde vivir en esta zona. Los maridos, que normalmente se han desentendido de ellas, en cuanto ven que ganan dinero aparecen con cierta frecuencia a visitarlas y de paso dejarlas embarazadas otra vez. Es un problema cultural, y me alegra decir que no son muchas, ya que la otra cara de la moneda la representan mis estudiantes. Por esas mujeres lo único que se puede hacer es intentar dar una educación a sus hijos para que el ciclo se rompa, cosa que las hermanas ya han conseguido en varias ocasiones.
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