;font color=#CC0000>Jesús de Nazaret, cuando fundó la Iglesia, le confió los tesoros de la Gracia para que la pusiera a disposición de los hombres y de las mujeres de todos los tiempos y lugares. La Iglesia es así evangelizadora por vocación. Ésta es su misión. El Maestro, en efecto, le envía su Espíritu para guiarla por los recovecos de la historia y le dona su Madre para que le enseñe a educarnos como a hijos de Dios y discípulos del Hijo. Jesús y María no se encuentran entre nosotros, sino junto al Padre. Dicen los “Hechos” que, antes de subir al Cielo, Jesús quiso confiar la Iglesia naciente a los Apóstoles, nombrándolos sus representantes y concediéndoles autoridad y poderes para orientar y dirigir al nuevo pueblo de Dios. ;font color=#CC0000>A los Apóstoles Jesús entrega su misión y les da su autoridad para el servicio de la Iglesia: la Palabra que, a través de la evangelización y la catequesis, nos abre al seguimiento de Jesús; el Bautismo, que nos inserta en su Cuerpo y nos hace miembros del nuevo pueblo; la Eucaristía, que establece nuestra comunión más íntima con Cristo, pan de vida y bebida de salvación; el Perdón, mediante el cual experimentamos la misericordia de Dios. Finalmente, los autoriza a transmitir estos poderes a los sucesores, gracias a la unción del Espíritu y la imposición de las manos. En resumen, Jesús asigna a los apóstoles su misma misión: animar, instruir y gobernar a la Iglesia, alimentarla con la Palabra y santificarla con los sacramentos. Ahora bien: la Iglesia, católica por naturaleza y vocación – es decir, abierta a los hombres y mujeres de todas las culturas, pueblos y naciones – se realiza en las Iglesias particulares. Por lo tanto Pablo y los demás apóstoles, al fundar nuevas comunidades, nombrarán a quienes, ejerciendo el servicio de la autoridad, pudieran guiarlas y confirmarlas en la fe. El Nuevo Testamento los llama presbíteros y obispo… Esa cadena no se ha interrumpido jamás. ;font color=#CC0000>San Ireneo, obispo de Lyon, nos ha transmitido las listas de los obispos de Roma y de Esmirna, que se remontan a san Pedro y san Pablo. En la basílica de San Pablo extra muros encontramos una galería de medallones con todos los 267 Sumos Pontífices, desde san Pedro hasta el actual. Lo mismo se puede decir de cada diócesis que conserva cuidadosamente la lista de sus propios obispos para indicar la sucesión apostólica, partiendo del fundador. Naturalmente se exigía la santidad y la coherencia con la fe que profesaban y la Palabra que predicaban. Muchos testimoniaron la fe hasta el martirio. En una de sus cartas pastorales san Pablo recordaba a Tito: “El motivo de haberte dejado en Creta, fue para que acabaras de organizar lo que faltaba y establecieras presbíteros en cada ciudad, como yo te ordené. El candidato debe ser irreprochable… porque el obispo es como un administrador de Dios” (Tt 1,5-7). Podemos por lo tanto afirmar que, ya desde el comienzo, se instancia la transmisión de responsabilidad y poderes, de Jesús a los apóstoles, de éstos a los sucesores. Para los primeros cristianos obedecer a los apóstoles equivalía a obedecer a Cristo. El papel al cual los Apóstoles han dedicado tiempo y energías ha sido predicar el Evangelio “hasta los confines del mundo”. Ésta sigue siendo la única verdadera misión de la Iglesia, para que todos los hombres lleguen al conocimiento del plan de Dios revelado en Jesús. La extraordinaria noticia es: somos hijos de Dios y como hijos de Dios podemos y debemos vivir. La misión de anunciar y testimoniar el Evangelio no es exclusiva de obispos, curas o frailes, y ni siquiera de los laicos más comprometidos. La dimensión misionera implica a todo bautizado, porque todo cristiano está llamado a ser “sal de la tierra” y “luz del mundo”, esperanza y buena nueva para todos. Además de con los apóstoles, la Iglesia cuenta entre sus evangelizadores con obispos y sacerdotes, religiosos y religiosas, y muchísimos laicos casados o solteros que consagran toda o parte de su vida al anuncio explícito del Evangelio. Naturalmente entre los evangelizadores ocupan un primer plano padres y catequistas. ;font color=#CC0000>Queridos amigos lectores, es realmente consolador experimentar la fidelidad del Señor Jesús que no nos ha dejado huérfanos o sin una misión por realizar, sino que nos ha dado su Espíritu y nos ha hecho evangelizadores, para que a todos pueda llegar la grande noticia del amor de Dios que salva a través de la muerte y resurrección de Jesús. Mi deseo es que el Señor nos conceda la fuerza de amor que otorgó a Pablo de Tarso cuando lo llamó en el camino de Damasco, así que desde entonces ya no quiso conocer sino a Cristo y, olvidado de sí mismo y de su pasado, se lanzó hacia el futuro con el único proyecto de evangelizar a las gentes. Fue tan coherente que, aún encarcelado y bajo custodia militar, gastó sus dos últimos años de vida en Roma “anunciando el Reino y enseñando lo referente al Señor Jesucristo con toda valentía, sin estorbo alguno” (Hch 28,31).
