Todos disponemos por naturaleza de cierta sensibilidad no sólo externa, que reacciona ante estímulos que provocan nuestros cinco sentidos, sino también de otra interior, oculta y archivada que disimulamos, en ocasiones, por respeto o prudencia.Cuando oímos una melodía agradable, dulce decimos, o alegre y juguetona, o admiramos un paisaje, una marina, una acuarela o una pintura al fresco, y nos quedamos casi extasiados, no sólo nos llama la atención sino que nos atrae, porque nos gusta e interesa. Puede producir en nosotros curiosidad e incitar luego a saber para satisfacerla, pero puede suceder que sólo sea, y es mucho, una situación agradable, de placer espiritual en este caso, por algo que nos parece hermoso. La estética, apreciación objetiva de las cosas, es la búsqueda de la razón de ser y de la esencia de la belleza, que es más subjetiva. «Me encanta», y al decirlo, nos sentimos mejor física y espiritualmente. Importa mucho educar la sensibilidad artística, que nos enriquece y aumenta nuestra percepción de la realidad al revestirla de vida y sentido.El arte sólo se dispara cuando alguien está afectado por esta sensibilidad interior. Y es necesario descubrirnos a nosotros mismos y desvelar los registros ocultos y con frecuencia inertes por falta de ejercicio. La estética es el arte de lo inútil, pero creemos que lo que no renta no vale, que es un eslogan chato. La publicidad ejerce sobre nosotros tal presión que sofoca el hambre y sed de lo diferente, lo sublime, lo bien dispuesto en la naturaleza, pero que no está sometido a la ley del consumo veloz y del reiterado «me gusta, no me gusta», en lugar del «entiendo, no lo entiendo». Por eso creo, y puede ser una conclusión, que nos es necesario a todos conocer más de las cosas, de la naturaleza, de nuestros contemporáneos, también de Dios, del espíritu humano, de la religión, de la música, del arte… todo un hontanar inagotable y extenso del saber humano. ¡Saber! La curiosidad y la admiración son el inicio del conocimiento.»Vivir bien es mejor que vivir» dice Aristóteles. Saber mirar, oír, sentir y apreciar es mejor que el simple vivir desprovistos del placer que, por hacerlo bien, nos dispensan gratuitamente la naturaleza, las cosas y las personas.
Francisco Javier Serna del Campo
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