Llega el verano, y tenemos más tiempo para todo. ¿También para Dios? Este tiempo es una oportunidad para que nuestras familias mantengan una sana “tensión creyente” y no decaigan en su vida y en su práctica cristiana.
El mayor tiempo libre puede dar lugar a provocar una sencilla conversación y, por qué no, una catequesis espontánea con vuestros hijos.
Hay que tener a mano una buena lectura, con valores humanos y cristianos. Los hijos que os vean leer, leerán.
También se puede encontrar un rato para pasear en silencio por la orilla del mar y pensar… ¡y rezar!
Si la familia prefiere el campo, la contemplación de la naturaleza es la excusa perfecta para hablar de Dios. Sin ñoñerías, pero enseñando a los pequeños a ver a Dios en la creación, como hacía Mamá Margarita con sus hijos.
Una buena práctica en vacaciones es la misa dominical celebrada en un contexto distinto y con personas diversas a las habituales. Sea en un camping, en la playa o en una urbanización, o en el pueblo de los abuelos, ir a misa con los niños a una iglesia distinta, presidida por un sacerdote que no es el habitual y con personas extrañas puede dar pie a los padres a resaltar la dimensión eclesial de la fe. Lo importante no es el templo de siempre, ni las personas de siempre, ni el cura de siempre. Lo importante, el centro, es el Señor resucitado celebrado por su Iglesia en cualquier lugar del mundo.
Concluyo con un clásico que solemos repetir mucho por estas fechas: “Dios no cierra por vacaciones”. ¡Feliz verano!
Miguel Ángel M. Nuño
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