El concilio Vaticano II nos ha ayudado a recuperar una imagen de María más bíblica e inserta en sus dos coordenadas referenciales: Jesucristo y la Iglesia. María, la madre de Jesús, es un dato esencial de la fe y de la vida del cristiano porque «Ella reúne en sí y refleja en cierto modo las supremas verdades de la fe» (Lumen Gentium 65). Hoy es necesario repensar nuestra imagen de María. En una perspectiva idealista sólo se la contempla en sus cualidades «sobrehumanas»; uno se queda asombrado ante un ser así y se corre el riesgo de desvincularla de la tierra y del pueblo al que pertenece. Desde una perspectiva más actual, que valora la reciprocidad hombre-mujer, María despierta nuestras conciencias de cristianos para que asumamos una actitud de escucha, adhesión y lucha por el cumplimiento del plan de Dios, para no quedarnos confinados en el individualismo, consumismo, apatía, conformismo, sexo, injusticias, etc, sino que creamos, como ella, que el Amor puede cambiarlo todo. E, indudablemente, el amor pasa por la justicia, pero sobre-pasándola y enriqueciéndola, por eso con María se aprende a vivir comprometidos por la liberación de los oprimidos y por la promoción de una cultura de la vida. María desautoriza cualquier inhibición ante los retos y desafíos de la historia.
María Dolores Ruiz Pérez
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