Siria entra este mes es su noveno año de guerra. Ya no caen bombas sobre las principales ciudades, ni huyen tantas personas del país, pero tampoco hay paz y apenas ha comenzado la reconstrucción.
Desde este lado del mundo pensamos que todo comenzó con el movimiento denominado Primavera Árabe, que buscaba la democracia en el país, pero nada más lejos de la realidad, hasta el punto de que los sirios dicen que “si aquella violencia era la ‘primavera’, cómo será el ‘invierno’…”. Tampoco la guerra se entiende allí como nos la ‘venden’. Para nosotros hay un dictador que oprime a los ciudadanos, pero para ellos, sin ser un santo, es el único que los defiende, y los que se autoproclaman libertadores son los invasores para los sirios.
La realidad es que los intereses económicos de las principales potencias han convertido el país en un polvorín y en una cruzada contra el terrorismo yihadista con más de 500.000 muertos, más de 1,5 millones de heridos y más de 5 millones de refugiados. En todo este tiempo en el que la vida ha cambiado para casi 20 millones de personas y todas las familias lloran algún muerto, los Salesianos han permanecido en sus obras de Alepo, Damasco y Kafroun al lado de la población y, especialmente, de los jóvenes y de sus familias.
Maher Al Saloom es sólo un ejemplo de lo que han vivido miles de jóvenes de los ambientes salesianos en Siria. Alegre y bromista, tiene 24 años, pero aparenta algunos más, precisamente por el dolor sufrido. Vive en Damasco, es el segundo de tres hermanos y siempre fue el más inquieto y el que más dificultades tuvo en los estudios. Él, por edad, tendría que haber hecho el servicio militar y, por tanto, haber participado en la guerra, pero un problema de corazón lo exoneró.

Su vida cambió el 17 de abril de 2013. “Estaba preparando mi examen final de Bachillerato, algo para lo que estudiamos todo el año porque es muy difícil. Mi padre decía que no lo aprobaría y faltaban pocos días para el examen. A las siete de la mañana estaba repasando Física cuando sonó el teléfono. Me dijeron que mi padre había sufrido un accidente, pero cuando fui a casa de mis tíos la verdad era que estaba muerto”, recuerda emocionado Maher.
Ese día no tuvo fuerzas para volver a casa y fue al Centro Juvenil de los Salesianos: “Cuando entré en la iglesia estaban todos los salesianos y, desde ese momento, tengo otro padre en ellos, porque me ayudaron siempre para que pudiera seguir estudiando y superara las dificultades que se me presentaran”.
Después del entierro, Maher estudió como un regalo a su padre “y saqué buena nota, aunque también comenzaron las dificultades en casa, porque dejó de entrar dinero. Ahí empezó la guerra interna para mí, que es más fuerte que la de las bombas. Había que pagar el entierro, la universidad… Los Salesianos nos ayudaron mucho como a tantas otras familias. Todo lo que soy se lo debo a ellos”.
El episodio más duro de su testimonio es que le entregaron la bala que mató a su padre y, al tenerla entre sus manos, se dirigió a un salesiano y le dejó sin palabras: “Este proyectil cuesta 15 liras (0,03 euros); te doy el dinero que quieras si me devuelves a mi padre vivo…”. Desde aquel momento, Maher no ha parado de estudiar. Compagina su trabajo como administrador en todos los proyectos salesianos para Medio Oriente con otro en una pequeña empresa, y su vida gira en torno al Centro Juvenil y a otros jóvenes con los que se retroalimenta en la fe y en la ilusión por la paz. “El centro juvenil es mi casa, me lo dio todo cuando perdí lo que más quería, me ayudó a superar las dificultades y yo siempre estaré ahí para él”.
Para Maher, como para otros miles de jóvenes, los Salesianos en Siria son un “oasis de paz” en medio de la guerra. Ha habido mucho dolor, pero sobre todo, hay esperanza en el futuro y alegría para celebrar cada instante que les regala la vida.
Alberto López Herrero
Pie de foto imagen principal: Maher, en el Centro Juvenil de Damasco, señala un dibujo de Don Bosco.
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