Se dijo, repitiendo un lema de un sucesor de don Bosco, Pablo Albera, "Con Don Bosco y con los tiempos". Para alguien que sigue a don Bosco, ir con los tiempos significa progresar. En los primeros años de su entrega a los jóvenes (1846), en una charla con colegas, uno de ellos le preguntó: – Si quieres formar una comunidad religiosa, ¿qué hábito les pondrás? – La virtud, respondió don Bosco. – No, no. En serio: ¿cómo irán vestidos? – Quiero que vayan en mangas de camisa, como los peones de albañil. Casi veinte años después, en 1864, la Sociedad fundada por don Bosco ya tenía la aprobación de Roma. Y poco más tarde, en 1871, se tuvo la primera "Conferencia General". Don Bosco habló del trabajo, de la austeridad para poder pagar las obras, del teatro y la música como medios educativos y de crecer en número para poder trabajar más por los jóvenes: "En este tiempo en el que las leyes suprimen todas las órdenes … nosotros nos reunimos y delante de sus barbas hacemos el bien que nos dejan hacer. Se ve bien claro que aquí está el dedo de Dios. Las leyes no aguantan ya a los frailes. Bueno, pues nosotros cambiamos de hábito. ¿Qué no permiten tampoco la sotana de sacerdote? ¿Qué importa? Vestiremos de paisano, pero no dejaremos de hacer el bien. Llevaremos barba, si hace falta, porque eso no impide hacer el bien… Vivimos en paz, porque tenemos la presencia de Dios". Su actitud fue siempre adaptarse a la situación en la que trabajaba: "Tenemos que condescender siempre donde se pueda: aceptemos las exigencias modernas, también las costumbres de los distintos lugares, con tal de que no se haga nunca nada contra la conciencia". Es de sentido común. Es un fruto natural en una Iglesia que se identifica con Jesucristo la Palabra de Dios que se hace hombre en todo menos en el pecado. Para él la encarnación del Hijo de Dios era la clave para todo. Y por eso añadía don Bosco: "Tenemos que tratar de conocer nuestros tiempos y adaptarnos a ellos". Don Bosco fue tachado de loco. Hizo lo que su conciencia le dictaba, aunque alguna de las cosas que hizo o intentó hacer, nadie las hubiese hecho o intentado. Se adaptaba a las necesidades de sus muchachos y usaba, para remediarlas, los medios que en sus tiempos creía más eficaces, aunque fuesen audaces. No supo ser barco anclado. Sintió que el Espíritu de Dios le llevaba a costas siempre abiertas para llevar a ellas el bien. El mal de los hombres de hoy es que su proyecto es fondear en puerto seguro: "Ante todo, mi yo y mis cosas y después, si acaso, mi familia. Pero que me dejen tranquilo, que no me vengan con aventuras. Bastante tengo ya con lo que tengo".
Alberto García Verdugo
No hay Comentarios