Hace unos días asistí sin querer a una conversación en plena calle en el centro de Sevilla. Estaba esperando el autobús y un señor de unos setenta años conversaba con otro más o menos de su misma edad. No pude evitar escuchar la conversación que se desarrollaba, además, en voz alta y perfectamente audible. El que lleva la voz cantante en la conversación le estaba contando a su amigo que se había educado en los salesianos. Que en tiempos de penuria y adversidad para muchas familias, como fueron los años cincuenta en España, pudo estudiar gracias a que los hijos de Don Bosco lo acogieron interno y gratuitamente en los talleres de la Trinidad. Hablaba maravillas de aquellos años y se notaba en su voz la emoción de quien se siente verdaderamente agradecido a cuanto vivió en aquella época. “Lo que he sido, un profesional de la carpintería, y lo que hoy soy se lo debo –decía- a los salesianos”.
Me emocionó escuchar aquel testimonio libre, gratuito, anónimo. No me atreví a intervenir en la amigable conversación. Pero me hizo pensar. ¡Cuántos miles de jóvenes han vivido una experiencia semejante! Los salesianos estamos en el corazón de la Iglesia, pensé, para la gente sencilla, para los pobres hijos del pueblo.
Así es y así lo transmitió Don Bosco. Las Memorias Biográficas nos han hecho llegar algunas de sus preocupaciones en forma de recomendaciones que el propio Santo atribuye al Papa tras una visita al Vaticano en 1869. No es difícil descubrir en estas líneas el corazón y la inquietud de nuestro padre:
“Conformaos siempre con los pobres hijos del pueblo. Educad a los jóvenes pobres, no tengáis nunca colegios para ricos y nobles. Cobrad pensiones modestas, no las aumentéis. No toméis la administración de casas ricas. Mientras eduquéis a los pobres, mientras seáis pobres, os dejarán tranquilos y haréis el bien”.
La Congregación Salesiana nació –lo dice el propio Don Bosco- de la visita a las cárceles y de la experiencia de encuentro con los jóvenes pobres en los arrabales de Turín. La “obra de los Oratorios”, como viene descrita en el acta fundacional de la Congregación Salesiana pretende ayudar a salir de la miseria, de la ignorancia y de la falta de instrucción religiosa a todos aquellos a los que la vida ha esquinado y les ha privado de la oportunidad de vivir como personas logradas.
Don Bosco estará siempre preocupado, hasta el final de sus días, por mantener este espíritu. Nosotros somos, dirá en muchas ocasiones, “para los jóvenes pobres”. Hoy sabemos que hay nuevas fronteras que alcanzar, allí donde los jóvenes están en descampado y sufren antiguas y nuevas pobrezas, donde son excluidos del sistema y vulnerables a cualquier agresión. Ese es nuestro éxodo, nuestra travesía del desierto, hacia la tierra prometida: los jóvenes pobres, abandonados y en peligro.
Este es el reto de toda la familia salesiana, más de ciento cincuenta años después de que Don Bosco decidiera, inspirado por el Espíritu, con un grupo de muchachos que habían crecido con él, dar vida a una Congregación para ocuparse, espiritual y materialmente, de “los pobres hijos del pueblo”.
José Miguel Núñez Moreno
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