Pablo fue escritor por necesidad. Sus cartas, uno de los elementos más eficaces y memorables de su ministerio, eran, en realidad, sólo parte de su misión y, seguramente, para él, no la más importante. En ellas no descubriremos a todo Pablo ni encontraremos siquiera su primera evangelización; pero, sin duda alguna, en ellas tenemos al Pablo más auténtico al que podemos acceder. Sin pretenderlo, Pablo de Tarso inició explícitamente la literatura del Nuevo Testamento; sus cartas son los documentos escritos más antiguos del cristianismo. Se trata de documentos ocasionales, ligados a una época concreta y muy primitiva, que nos permiten conocer algo de las ocupaciones y preocupaciones de los cristianos de los años cincuenta. Son las primeras fuentes escritas de que disponemos para adentrarnos en la etapa más antigua del cristianismo; a través de ellas podemos también remontarnos hasta la vida y la fe de las comunidades cristianas de los años cuarenta, si no antes incluso. Además, las cartas de Pablo nos ofrecen un amplio espectro de ideas y líneas teológicas que, por un lado, son el mejor testimonio de la maduración a la que habían llegado los primeros cristianos en su comprensión del hecho cristiano en tan poco tiempo; y, por otro, nos permiten captar el desarrollo increíble que lograron imponer al anuncio cristiano. El esfuerzo de profundización en el mensaje que llevaron a cabo las comunidades paulinas es todo un ejemplo de vitalidad cristiana. No se ha conocido en la historia del cristianismo una época comparable a estos primeros años de expansión misionera. Volver a descubrir esta etapa y asumirla como nuestra situación de origen podría desencadenar un renacer a la nueva posibilidad de vida que el evangelio de Dios ofrece y el mundo actual necesita. Conocer a Pablo, su época y su aportación, aportará motivos y estímulos.
Juan José Bartolomé
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