Domenico Palestrino fue coadjutor salesiano. Don Bosco le confió el cuidado del santuario de María Auxiliadora del que fue su sacristán y su custodio durante cuarenta y cinco años. Fue un hombre bueno y sencillo que se ganó enseguida la confianza del Fundador. El padre vio siempre en uno de sus hijos más humildes el rostro de la santidad. Confió en él no sólo en el encargo delicado de cuidar el santuario sino que, en no pocas ocasiones, le pedía rezar por las necesidades imperiosas de la Congregación, seguro como estaba de que sus oraciones eran escuchadas. Don Bosco sabía que él era solo un “pobre sacerdote” pero que tenía en Valdocco “muchos jóvenes santos”. Entre ellos, sin duda, el señor Palestrino.
Domenico nace en Cappuccini Vecchi (Vercelli), en 1851, en el seno de una familia pobre. Conducido por su párroco, encontró a Don Bosco en Turín en 1875, cuando contaba veinticuatro años. Pareciera que el buen padre lo esperase y enseguida lo invitó a quedarse con él en el Oratorio. Después de haber hecho el noviciado, fue admitido inmediatamente a la profesión perpetua, debido a su extraordinaria bondad y a su profunda espiritualidad.
Don Viglietti nos ha conservado en su crónica un episodio delicioso y lleno de la humanidad de Don Bosco. El Santo, sufriente y cercano a la muerte, pide a su secretario que llame al buen Palestrino. Era el 24 de enero de 1888. Relata Don Viglietti:
“(Esta mañana) Don Bosco se sintió muy mal. Los médicos lo encontraron como si hubiera retrocedido un mes. Hoy me mandó llamar a Palestrino, el sacristán; me dijo que le dijera que todo el tiempo que le quedaba estuviese rezando a Jesús y a María porque en estos últimos momentos se mantuviera con fe viva, esperando su hora. Yo llamé a Palestrino, habló con Don Bosco: él le repitió lo mismo llorando y lo bendijo. Don Bosco esta tarde se encuentra bastante mejor; él dice que es gracias a la oración de Palestrino”.
Estas líneas tienen un hondo significado. Don Bosco está a punto de morir y se pone en manos de uno de sus muchachos confiando en la fuerza de su oración. Es más, está convencido que la leve mejoría que siente al atardecer es consecuencia de la santidad y de la sencilla oración de uno de sus más humildes salesianos.
La escena evoca el ambiente de piedad de Valdocco. Se respira espiritualidad y la presencia de Dios es experimentada con mucha fuerza. Así lo vivió Don Bosco y así lo transmitió a sus Salesianos y a los jóvenes del Oratorio. Dios se ocupa de nosotros. Escucha nuestra plegaria y no nos abandona nunca. Bien es sabido que cuando Don Bosco -en plena actividad- tenía alguna intención especial, mandaba a sus mejores muchachos a rezar ante Jesús sacramentado. Estaba convencido de que Dios escucha más fácilmente la oración de los pequeños y sencillos.
Domenico Palestrino murió con setenta años y casi cincuenta los vivió en la casa de Don Bosco. Siempre lo recordaron como un hombre bueno y santo al que Don Bosco quiso mucho. Él, con humildad, siempre decía: “entonces (cuando Don Bosco vivía) yo era más bueno”.
José Miguel Núñez
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