Me fabricaron de una rama de roble. Soy una varita equilibrista y vivo en una bolsa de ter-ciopelo verde. Aunque tengo el corazón de madera, contemplo la vida con ojos de artista. Mi dueño y yo somos saltimbanquis profesionales. Él es un hombre ágil y curtido por la vida. Malvive de los espectáculos y desafíos que monta en las ferias para los pobres aldeanos. Al finalizar acude siempre a la taberna para celebrarlo y mitigar el tedio de andar de plaza en plaza repitiendo el mismo es-pectáculo.Hace años ocurrió un suceso que aún recuerdo. Era la feria de Chieri. Mi amo vestía sus me-jores galas. Comenzó la función con juegos de prestidigitación y desafíos. Yo aguardaba paciente-mente, junto a la bolsa de terciopelo verde, a que llegara el momento de mi actuación. De pronto unos mozalbetes se plantaron ante él: Aceptaban el reto de la carrera. El corredor elegido se llamaba Juan. Mi dueño le miró con prepotencia y apostó veinte francos… Comenzó la carrera. Mi amo tomó ventaja, pero cuando iba a ganar, se detuvo simulando fatiga. Yo conocía bien aquel truco: era estrategia habitual para conseguir doblar la apuesta. Les de-jaba ganar hasta llegar a ochenta francos. Entonces, seguro de su victoria y dispuesto a embolsarse la cantidad, les retaba al juego de la varita equilibrista. Con parsimonia me mostró al gentío. Hizo una reverencia y me depositó en las manos de Juan. Todavía recuerdo la suave presión de sus dedos cuando me tomó. En los ojos de Juan percibí una ilusión por la vida que nunca antes había sentido. Con suave equilibrio recorrí cada dedo de Juan. Luego pasé de su muñeca al codo y del codo al hombro. Salté por la barbilla, nariz y frente. Deshice el camino con leves impulsos y regresé a su mano. La multitud aplaudió.Le tocaba el turno al saltimbanqui. Mientras yo saltaba, veloz y segura, por las yemas de sus hábiles dedos, busqué una forma de ayudar al chaval… Y sin pensarlo dos veces, al llegar a la na-riz… me dejé caer. Mi amó perdió la apuesta. La multitud aclamó al muchacho. Cuando el saltim-banqui me guardó en la bolsa de terciopelo verde, no murmuró ningún reproche contra mí. Su mirada cansada tenía también un brillo nuevo. * Juan Bosco, estudiante en Chieri, fundó la Sociedad de la Alegría. El mismo narra el desafío al saltimbanqui y el desenlace. Memorias del Oratorio. Década Primera, nº 12
José Joaquín Gómez Palacios
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