La solidaridad es algo constitutivo del ser humano. La persona humana se define como un “ser en relación con los otros”. Y esta relación se da en el mundo y en la historia concreta. En esa relación del “yo” con el “otro” lo más importante es el “otro” que se presenta ante mí como “necesitado”, lo mismo que yo ante él. Relación de igualdad en la que nos vamos desarrollando, humanizando. Una relación entre seres “condicionados” por todas las realidades que existen en el mundo; condicionados para bien o para mal. Y de lo que se trata es de cómo en esa relación nos situamos para crecer y desarrollar todas las potencialidades y posibilidades con las que Dios ha dotado al ser humano. Es una relación de amor afectivo, incondicional y objetivo –ético y sociopolítico en el sentido más profundo del término-. En esa relación de amor se busca lo mejor para el otro y se trabaja para superar cualquier condicionante que impida el desarrollo como persona humana. Esto supone estar a la escucha, acoger, respetar, ponerse en el lugar del otro, comprenderlo y reaccionar buscando la humanización… El otro es como mi sombra. Nunca se separará de mí, me acompañará siempre, como Lázaro acompañó al rico Epulón, aún después de la muerte.Entrar en otro tipo de relación de “no igualdad” o “indiferencia” nos destruirá como seres humanos. El opresor, el explotador, el indiferente ante los demás, no solo degrada a los otros, sino que se está degradando a sí mismo. La solidaridad no consiste solamente en hacer cosas por el otro y para el otro, sino “el ser yo alguien para el otro” y dejar que el otro “sea alguien para mí” (cf. DCE 30). Así nos humanizamos y enriquecemos.En este mundo globalizado e interrelacionado lo que yo pueda hacer “aquí” tiene repercusiones para todos los que estén “allá”. El que yo trabaje por la justicia o me haga cómplice de la injusticia lo van a ganar o lo van a pagar los que están no sólo cerca de mí, sino también los que están más lejos. En este mundo, convertido ya en una “aldea”, todos somos vecinos. A los que están lejos se va y se viene por aquel que tengo a la puerta de casa, en mi barrio, en mi ciudad, en mi país. A los que están lejos y a los muertos los apreciamos más que a los de cerca y a los vivos. ¿Será porque “nos dan menos guerra”? Nuestra sensibilidad parece mayor hacia personas y colectivos del llamado Tercer mundo y, sin embargo, ¿qué sensibilidad y postura tenemos cuando esos hermanos del Tercer mundo llegan aquí y viven en el piso de al lado
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