La misión de la Iglesia es proclamar a Cristo, la Palabra de Dios hecha uno de nosotros. El «¡ay de mi si no predicara el evangelio!» (1Cor 9,16) de San Pablo, resuena hoy con peculiar urgencia, transformándose para todos los cristianos no en una simple información, sino en una vocación al servicio del Evangelio para el mundo. En efecto, como dice Jesús, «la mies es mucha» (Mt 9,37) y diversificada: hay tantos que no han escuchado nunca el Evangelio, especialmente en los continentes de África y de Asia; además hay otros que se han olvidado del Evangelio, pero también hay tantos que esperan el anuncio.Al alcance de todosLlevar la Palabra es una misión esencial de la Iglesia de todos los tiempos. Uno de los primeros requisitos es la confianza en la potencia transformante de la Palabra en el corazón de quien la escucha. En efecto, «es viva la Palabra de Dios y eficaz (…), escruta los sentimientos y pensamientos del corazón» (Heb 4,12). Un segundo requisito, hoy particularmente advertido y creíble, es anunciar y dar testimonio de la Palabra de Dios como fuente de conversión, de justicia, de esperanza, de fraternidad, de paz. Un tercer requisito es la franqueza, el coraje, el espíritu de pobreza, la humildad, la coherencia, la cordialidad de quien sirve a la Palabra.La Palabra de Dios debe estar siempre al alcance de todos. Ello determina el recurso a iniciativas específicas, como por ejemplo, la valorización plena de la Biblia en los proyectos pastorales, pero al mismo tiempo un programa de pastoral bíblica en cada diócesis, bajo la guía del obispo, haciendo que la Biblia esté presente en las grandes acciones de la Iglesia y ofreciendo formas oportunas de encuentro directo, principalmente con caminos de lectio divina para jóvenes y adultos. Procediendo de este modo se pondrá especial atención para que la comunión entre presbíteros y laicos, y también entre parroquias, comunidades de vida consagrada, movimientos eclesiales, se manifieste y se base en la Palabra de Dios.Desde 1968, existe y actúa la Federación Bíblica Católica mundial, instituida por Pablo VI al servicio de las orientaciones del Concilio Vaticano II sobre la Palabra de Dios. De esta Asociación son miembros la casi totalidad de las Conferencias Episcopales, y por lo tanto, ella se ha ramificado en todos los continentes. El objetivo es difundir el texto de la Biblia en los diversos idiomas y, al mismo tiempo, introducir a la gente simple en el conocimiento y en la vivencia de sus enseñanzas, a través de buenas traducciones, las cuales, bajo el cuidado pastoral de los obispos, sean aceptables para el uso litúrgico. Será también tarea de la comunidad difundir la Biblia a precios accesibles. Además, hay que dar cabida a los métodos y a las nuevas formas de lenguaje y comunicación en la transmisión de la Palabra de Dios, como son: radio, TV, teatro, cine, música y canciones, hasta los nuevos medios, como CD, DVD, Internet, etc. En este camino de la Palabra de Dios hacia el pueblo, tienen un rol específico las personas de vida consagrada. Ellas, como subraya el Vaticano II, «tengan, ante todo, diariamente en las manos la Sagrada Escritura, a fin de adquirir, por la lectura y la meditación de los Sagrados Libros, el sublime conocimiento de Jesucristo (Flp 3,8) y encuentren renovada fuerza en su tarea de educación y de evangelización, especialmente entre los pobres, los pequeños y los últimos. La Palabra de Dios es la primera fuente de toda espiritualidad cristiana. Ella alimenta una relación personal con el Dios vivo y con su voluntad salvífica y santificadora.Luz y vidaLa Palabra de Dios es luz para el diálogo interreligioso con el pueblo judío. Cristianos y judíos somos, todos juntos, hijos de Abraham, radicados en la misma alianza, pues Dios, fiel a sus promesas, no ha revocado la primera alianza (cf. Rom 9-11). Compartimos gran parte del canon bíblico, el llamado por los cristianos Antiguo Testamento. Dos aspectos han de ser particularmente considerados: la contribución original de la comprensión judía de la Biblia y la superación de toda posible forma de antisemitismo y antijudaísmo.Nos exhorta san Pablo: «La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantad agradecidos a Dios en vuestros corazones con salmos, himnos y cánticos inspirados, y todo cuanto hagáis, de palabra y de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre» (Col 3, 16-17).Elemento fundamental para el encuentro del hombre con Dios es la escucha religiosa de la Palabra. Se vive la vida según el Espíritu en proporción a la capacidad de hacer espacio a la Palabra, de hacer nacer la Palabra de Dios en el corazón del hombre. El conocimiento de la Sagrada Escritura es obra de un carisma eclesial, que es puesto en las manos de los creyentes abiertos al Espíritu. Se trata de abandonarse a la alabanza silenciosa del corazón en un clima de simplicidad y de oración contemplativa como María, la Virgen de la escucha, porque todas las Palabras de Dios se reasumen y han de ser vividas en el amor (cf. Dt 6,5; Jn 13,34-35). Entonces, el creyente, hecho «discípulo», podrá adentrarse en «las buenas nuevas de Dios» (Hb 6,5), viviéndolas en la comunidad eclesial, y anunciarlas a los cercanos y a los lejanos, actualizando la invitación de Jesús, Palabra encarnada, «El Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva» (Mc 1,15).
Jordi Latorrejordi.latorre@marti-codolar.org
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